domingo, 23 de septiembre de 2012

CARRILLO HIJO PREDILECTO ¡TOMA MEMORIA HISTÓRICA!

Santiago Carrillo acaba de ser nombrado por unanimidad "hijo predilecto"de Gijón, con los votos del PP incluidos (sólo dos concejales se ausentaron, me imagino que por decencia). Mucho se ha escrito sobre el papel del líder del PCE, pero me remito sólo a los más recientes, que dejan claro, y con pruebas documentales, cómo Santiago Carrillo, a la sazón delegado de Seguridad en Madrid, aceptó junto a Amor Nuño, de la CNT, que no cayeran en manos del Ejército fascista que estaba a las puertas de Madrid los casi cinco mil presos falangistas, militares, nobles, burgueses, etc que habían sido evacuados de la Modelo por la cercanía de los combates en la Ciudad Universitaria. Jorge Martínez Reverte, en su libro "La Batalla de Madrid", lo demuestra con un documento de los archivos anarquistas. Otros papeles desclasificados de la ex KGB lo corroboran apenas unos años después. Y Carrillo miente cuando, ante algún historiador, afirma que desconocía el destino de los presos que fueron "sacados" y asesinados en Paracuellos o Torrejón de Ardoz. Igual quemiente cuando asegura, afligido, que nada podía hacer para evitarlo. Otro anarquista, un hombre bueno en el sentido machadiano de la palabra, Melchor Rodríguez, "el ángel rojo", lo demostró parando de manera inmediata los fusilamientos con la única ayuda de su voluntad, una pistola descargada y un coche con el recorría junto a sus tres ayudantes todas las prisiones del Madrid en guerra para detener los paseos.




Santiago Carrillo, en la madrugada del 6 al 7 de noviembre, cuando el Gobierno de la República se traslada precipitadamente a Valencia y se forma en Madrid la Junta de Defensa; con Miaja intentando evitar en Ciudad Universitaria la caída de la capital; con Queipo de Llano hablando de la Quinta Columna que iba a tomar las calles de Madrid desde dentro, Carrillo acude a una reunión en representación del PCE al que acaba de alistarse tras abandonar el PSOE. Allí acuerdan, junto a la CNT, evitar "por el método que sea" que los presos caigan en poder de los asaltantes y se pasen a sus filas. El documento que aporta Javier Reverte en su libro es inequívoco: Un acta de la reunión del Comité Nacional (CN) de la CNT celebrada a las 10h 30m del 8 de nov. de 1936. En ella se refleja un acuerdo tomado el 7 de nov/36 entre la CNT de Madrid y las JSU-PSOE para vaciar las prisiones madrileñas, ante el peligro real que suponían para la república los presos adeptos a la rebelión en caso de que las tropas franquistas ocuparan la capital, tal y como pregonaban los generales fascistas Mola y Varela, entonces a sus puertas, al mando de las tropas legionarias y rifeñas.




Según el acta a los presos se les dividía en tres categorías: 1º.- los fascistas y elementos peligrosos (aquellos de significada y declarada militancia fascista, muchos de ellos detenidos con las armas en la mano), que debían ser inmediatamente ejecutados. 2º.- Detenidos sin peligrosidad, recomendando su inmediato traslado a Chinchilla garantizando su seguridad. 


3º.- Detenidos sin responsabilidades que debían ser inmediatamente puestos en libertad con toda clase de garantías. 




Esa misma noche y las siguientes comienzas las sacas. Presos, atados ocn un cordel por las muñecas, de dos en dos, suben a autobuses desde distintas prisiones de la capital. Varios cientos son fusilados en Torrejón de Ardoz y el diplomático noruego Félix Schlayer llegará hasta la fosa una par de días después (también está en los libros). Otros cientos más, son ejecutados en Paracuellos. Carrillo alegará siempre que no conocía esa orden (miente y Martínez Reverte lo prueba).


También alegará que aunque lo hubiera sabido, no habría podido hacer nada para evitarlo. Otra falsedad. El anarquista sevillano Melchor Rodríguez, un preso por defender sus ideas en la República y en la dictadura de Primo de Rivera, detendrá las matanzas a principios de diciembre en cuanto consigue que el Gobierno le nombre Delegado de Prisiones. Se enfrenta a Carrillo y al PCE, que lo intenta asesinar varias veces, pero detiene los fusilamientos con la única ayuda de una pistola descargada que siempre llevaba. Su lema: "Se puede morir por tus ideas, nunca matar por ellas" (ver la fantástica biografía de Alfonso Domingo "El Ángel Rojo", de Ed. Almuzara). Murió el 14 de febrero de 1972, tras purgar varios años de cárcel con Franco. Muñoz Grandes y otros militares y falangistas intercedieron por él en el consejo de Guerra. Luego siguió ayudando a los anarquistas. Hoy, no hay ni una calle con su nombre en Madrid. Ni siquiera una placa en la casa del número 5 de la calle Libertad donde vivió después de la guerra y donde murió. Hoy, Carrillo es hijo predilecto de Gijón. Así se escribe la historia en este país.




El legado de Carrillo, pequeño saquete de maldades.



Es necesario leerlo todo para disponer de criterios y datos para la forja de la propia opinión. Hoy es bueno compensar las opiniones sobre la muerte de Santiago Carrillo. Unos ponen el acento en unas cosas y otras en otras. El País, en su editorial de hoy, dice lo que sigue un poco más abajo. César Vidal recuerda la definición de Felipe González: "Pequeño saquete de maldades", más abajo aún.

Empecemos por El País: "Santiago Carrillo ha sido testigo y actor político destacado de casi un siglo de la historia de España. Pero, además, su legado exige honrar a uno de los grandes protagonistas del intenso periodo histórico que fue la Transición, un tiempo que dio la medida de la necesidad de grandes políticos en el país en los momentos de crisis más acuciantes. Sin la participación de Carrillo probablemente habría sido imposible la operación encabezada por el Rey y Adolfo Suárez para deshacer el nudo que Franco había dejado “atado y bien atado”, y que se desató gracias a una sucesión de pasos tan audaces como meditados en los que la posición de Carrillo fue decisiva. Ese legado ha permanecido, porque las bases de la democracia fundada entonces han sobrevivido.


Desde su primer compromiso como jovencísimo revolucionario durante la II República hasta la dimisión como secretario general del Partido Comunista de España (PCE) en 1982, la biografía de Carrillo es la de un político a tiempo completo que recorre la revolución fracasada de 1934, la Guerra Civil, un largo exilio o la evolución del PCE desde el estalinismo al eurocomunismo. Dirigió al Partido Comunista en la batalla contra Franco y dio forma a diversos organismos con los que la oposición de la época, forzada a la clandestinidad, intentó organizar y controlar la ruptura con la dictadura. Pero de toda esa sucesión de hechos destaca la firmeza de las líneas mantenidas en los tiempos de exilio y clandestinidad, su apuesta por la “reconciliación nacional” y la ruptura con el franquismo a través del pacto entre la derecha moderada y las fuerzas de oposición al régimen. Carrillo encontró ahí la oportunidad de rendir a España su principal servicio, comprometiéndose en una negociación con Adolfo Suárez, el presidente del Gobierno nombrado por el Rey, y con otras fuerzas políticas, que hizo posible el tránsito pacífico de la dictadura hasta las primeras elecciones democráticas y, a la postre, hacia la Constitución que ha regido la convivencia entre los españoles desde 1978.

En ese tránsito no le importó sacrificar algunas señas de identidad de su partido, reconocer a la Monarquía encarnada por don Juan Carlos —a quien inicialmente había augurado un breve reinado— y moderar las palabras, los actos y los gestos, sin exponer a la frágil democracia a los últimos coletazos de los que trataban de impedir su nacimiento. Uno de ellos fue el conato de rebelión militar que siguió a la valiente decisión de Adolfo Suárez de legalizar al Partido Comunista el Sábado Santo de 1977, antes de las primeras elecciones. Todo ello no le rindió los frutos políticos que esperaba: a la hora de las primeras elecciones, Carrillo y el PCE sufrieron la decepción de comprobar que el pueblo de izquierdas prefería al PSOE encarnado por el joven Felipe González.

Más allá de las polémicas sobre sus actividades y responsabilidades durante la Guerra Civil, y de su participación intensa en las luchas intestinas en el PCE y en el seno del movimiento comunista internacional, Carrillo antepuso los intereses del conjunto de los españoles a los de su propio partido en un momento histórico crucial. No cabe olvidar tampoco su gallarda actitud ante los golpistas de Antonio Tejero, el 23 de febrero de 1981, cuando se negó a obedecer la orden de tirarse al suelo mientras aquellos disparaban en el hemiciclo del Congreso. Todo un símbolo de un político irrepetible."

Sin embargo, otros no lo ven así. César Vidal escribe esto hoy en Libertad Digital:
"De esa manera("pequeño saquete de maldades") calificó Felipe González a Santiago Carrillo en aquellos años de la Transición tan idealizados, y que con sus polvos nos trajeron los lodos en que ahora estamos enfangados. Felipe González, por supuesto, menospreciaba al adversario y, en especial, mostraba su resentimiento consustancial hacia alguien que le podía haber causado un daño enorme.

Carrillo procedía del PSOE, donde había entrado bajo los auspicios de su padre, Wenceslao, un socialista histórico, y de Largo Caballero, el Lenin español. Sin embargo, el joven Santiago se percató desde muy pronto de que aquel PSOE no iría muy lejos en el camino de la revolución proletaria. En 1934, el retrato que aparecía, lustroso y revelador, en el despacho de Carrillo no era otro que el de Stalin, el hombre que modelaría su vida. Cuando, en octubre de ese año, el PSOE, apoyado en los nacionalistas catalanes, se alzó en armas contra el Gobierno de la República, Carrillo se hallaba entre los golpistas, pero no dio –según contaron sus compañeros de filas– muestras de valor físico. Incluso alguno se atrevió a acusarlo de haber sufrido descomposición intestinal. Fuera como fuese, Carrillo corrió a esconderse, pero acabó dando con sus huesos, brevemente, en la cárcel. Salió con la victoria del Frente Popular, y a esas alturas ya era un submarino del PCE que procedió a unificar las juventudes socialistas y comunistas bajo el control de Moscú.

De su paso por la guerra, su camarada Líster diría que "nunca asomó la gaita por un frente". Era cierto, pero no fue la suya la labor típica del emboscado. Por el contrario, convertido en el equivalente al ministro del Interior de la Junta de Madrid, llevó a cabo las matanzas de Paracuellos. El tema es discutido aún por algún apologista de la izquierda, pero hace años que Dimitrov y Stepanov zanjaron la cuestión atribuyendo directamente a Carrillo el mérito de las matanzas masivas en la retaguardia. Tampoco él lo ocultó durante años. Carlos Semprún refirió al autor de estas líneas cómo Carrillo reconocía en privado que los asesinatos en masa se habían debido a sus órdenes, aunque lo hacía sin jactancia, explicando que la guerra era así.

Cuando concluyó el conflicto, Carrillo formaba parte de los comunistas fanatizados aún creían en que Stalin descendería como deus ex machina para arrebatar el triunfo militar a Franco. Con el despiste de no comprender lo sucedido y el ansia de ajustar las cuentas a todos, escribió una carta memorable a su padre, uno de los alzados contra Negrín en el golpe de estado de Casado, carta en la que renegaba de su condición de hijo y afirmaba que, de estar en su mano, lo mataría. Su progenitor le envió una respuesta que haría llorar a las piedras, disculpando a Carrillo y atribuyendo el episodio a Stalin. Los comunistas se habían batido como nadie contra Franco, pero, a la sazón, no pasaban de ser un montón de juguetes rotos, niños de la guerra incluidos. Stalin colocó a Pasionaria al frente del PCE, más por su servilismo que por su inexistente talento; a un desengañado Díaz se lo quitó de en medio en un episodio que nunca se supo si era suicidio o asesinato, y comenzó a buscar a alguien totalmente desprovisto de escrúpulos para encabezar el PCE futuro.

A Carrillo le tocó la lotería del dictador georgiano simplemente porque reunía todas las cualidades: amoralidad, ausencia de afectos naturales, sumisión absoluta a Moscú, disposición a derramar sangre si así se le ordenaba... Décadas después, tras un programa de televisión en que participamos ambos, Jorge Semprún me diría que Carrillo era el único superviviente de aquella generación y que se iría con sus secretos a la tumba. No se equivocó. A cambio de ser el que tuviera las riendas del poder, Carrillo firmó un pacto absolutamente fáustico con Stalin en el que la sangre la pusieron otros.

Antes de acabar la guerra mundial, Carrillo desencadenó la estúpida operación de conquista del valle de Arán pensando que podría lograr en España lo que el PCI había conseguido en Italia o el PCF pretendía conseguir en Francia. Pero Carrillo no era Togliatti y las hazañas se limitaron a fusilar a unos pocos párrocos indefensos y a llamar a la sublevación armada a unas poblaciones hartas de guerra. El fracaso, a la staliniana, tenía que contar con responsables que cargaran con él como adecuados Cirineos. Así fue. Carrillo ordenó el asesinato de los presuntos culpables del desastre a manos de sus propios camaradas. Repetiría esa conducta una y otra vez, infamando a camaradas entregados como Quiñones o Comorera simplemente para que quedara claro que él no se equivocaba y que si los resultados no eran los esperados se debía a los traidores infiltrados. Y, sin embargo, ¿quién sabe? Carrillo y sus seguidores cercanos eran tan obtusos que, quizá, en lugar de chivos expiatorios de la ambición, las víctimas sólo fueron las paganas de la roma mentalidad de los comunistas. Así, nunca se sabrá si Grimau cayó en manos de la policía franquista porque Carrillo deseaba deshacerse de él o simplemente porque el PCE no daba más de sí.

La invasión de Checoslovaquia por los tanques soviéticos enfrentó a Carrillo por vez primera con unas bases que no veían bien cómo legitimar una acción así simplemente porque derivara de las órdenes de Moscú. Apoyándose en Claudín, antiguo compañero de la guerra, y Semprún, el intelectual del PCE por eso de que, al menos, sabía idiomas, Carrillo adelantó las líneas maestras de una cierta renovación ideológica –no mucha– dentro del PCE. Semejante paso no significaba ni que fuera más flexible ni que tuviera intención de ceder el poder. En una secuencia extraordinaria de ¡Viva la clase media!, un José Luis Garci actor ponía de manifiesto cómo todos los activistas del PCE en España eran, a fin de cuentas, cuatro y el de la vietnamita, y la famosa huelga general pacífica que derribaría a Franco no pasaba de ser un delirio basado en el desconocimiento de la España que se pensaba redimir. Eran como los testigos de Jehová a la espera del fin del mundo, sólo que ellos esperaban que el paraíso vendría por la acción de unas masas entregadas al fútbol y a la televisión.

En un intento de cambiar el rumbo porque era obvio que Franco se iba a morir en la cama, Claudín y Semprún realizaron un nuevo análisis marxista de lo que sucedía. Carrillo hizo que los expulsaran del PCE tras una tormentosa reunión celebrada –y grabada– en el este de Europa, y en la que tuvieron que escuchar cómo Pasionaria, que sabía leer y escribir lo justito, los calificaba, a ellos, cabezas pensantes del partido, de "cabezas de chorlito". En adelante, Carrillo –retratado magníficamente en la Autobiografía de Federico Sánchez de Semprún– se dedicó a esperar el "hecho biológico" de la muerte de Franco mientras disfrutaba de la sofisticada hospitalidad de dictadores como Ceausescu e intentaba que los prosoviéticos como Ignacio Gallego o Julio Anguita –al que con muy mala baba calificó de "compañero de viaje"– no le estropearan el festín.

De regreso a España, soñó –nunca mejor dicho– con llegar a un "pacto histórico" con Suárez que le permitiera convertir al PCE en la fuerza hegemónica de la izquierda. Pero la España de los setenta no era la Italia de los cuarenta. Estados Unidos decidió que la izquierda fetén no podía ser un PCE que propalaba un eurocomunismo cocinado en las zahúrdas del KGB y, a través de Alemania, se dedicó a financiar al PSOE de un joven abogado sevillano que respondía al nombre clandestino de Isidoro.

En su intento por lograr lo imposible y además por someter el PCE a su control stalinista, Carrillo sólo consiguió soliviantar a unos militantes del interior que, más allá del mito, encontraron totalmente insoportables a los comunistas regresados. En los años siguientes, aquellos comunistas se pasarían en masa al PSOE y al nacionalismo catalán –en ocasiones, a ambos–, buscando una iglesia más sólida y caritativa que la comunista.

Las derrotas electorales –la testarudez de los hechos que decía Lenin– obligaron a Carrillo a abandonar la Secretaría General de un PCE ya destruido –¡gracias de parte de todos los demócratas, Santiago!– mucho antes de que se desplomara el Muro de Berlín. Amagó con regresar al PSOE, insistió en que era comunista hasta la muerte y, por encima de todo, sufrió la conversión en espectro sin haber muerto. Ese fantasma, solo o en compañía de personajes emblemáticos de la izquierda como Leire Pajín, siguió apareciendo como quejumbroso contertulio de radios y engañador en memorias que, en la época de ZP, apoyó desde el pacto con los terroristas hasta la ley de memoria histórica, seguramente soñando con ganar de una vez las mil y una batallas que perdió a lo largo de su dilatada vida.

Al final, como señaló Solzhenitsyn en las páginas de conclusión de Pabellón de cáncer, desapareció de la Historia. Por desgracia, como también señaló el disidente ruso, lo hizo después de haber causado la desgracia de millares de personas."


Baltasar Garzón, Santiago Carrillo y Andrés Nin

Por Carlos Semprún Maura



Hace ya varios años, un amigo me decía: "¡Este loco de Garzón sería capaz de procesar hasta a Bush!". Seguro que no le faltaron ganas, ni a su hija de 8 años, a quien obligó a manifestar contra Bush, pero no se atrevió, es de una audacia muy relativa. No doy el nombre de mi amigo, bastante ilustre, más progre moderado que neocon, porque temo que Garzón, para vengarse de no haberse atrevido a nada contra Bush, le persiga y le castigue.

Yo, en cambio, le voy a dar un consejo al juez Garzón; en vez de intentar llevar ante el Tribunal Internacional de La Haya (ese aquelarre), el Tribunal de Núremberg, o el de las Batuecas, a 35 muertos, el primero siendo Franco, ¿por qué no imputa, como criminal de guerra, y responsable de crímenes contra la Humanidad, a un vivo, y además por poco tiempo? Me refiero a Santiago Carrillo, porque éste reúne todas las características del asesino político. No me refiero sólo a la masacre de Paracuellos, cuando era el jovencísimo responsable de la Seguridad de la Junta de Defensa de Madrid, sino a todos los paseos, de los que se habla menos, y de los ajusticiamientosde comunistas inconformes, después de la II Guerra Mundial, el caso Bullejos, el caso Comorera, muchos otros, como las ejecuciones de los jefes guerrilleros comunistas, que se negaban a abandonar las armas, pese a las órdenes de Stalin. Durante años fue el especialista del crimen político en el marco de la Internacional comunista, en su sección española, y jamás estuvo en el frente, siempre en las grises oficinas del terror comunista. Otros, como Lister, o el Campesino, fusilaron mucho, demasiado, durante nuestra Guerra Civil, pero estuvieron en el frente, Carrillo jamás. Como nunca estuvo clandestinamente en España, como otros dirigentes comunistas, hasta después de la muerte de Franco, con ese paripé de la peluca, espectáculo circense tan bien montado por Adolfo Suárez. Pero, claro, el juez Garzón no va por la onda de la verdad y de la Justicia, no quiere saber nada de los crímenes de los antifranquistas, lo que pretende es montar una gigantesca estafa histórica, para convertirse él en personaje histórico, ya que ni siquiera ha logrado ser ministro. Esta gigantesca operación que pretende demostrar que el franquismo organizó un genocidio, y puso en marcha un plan de exterminio total de los rojos, es un tal aquelarre, que es probable que no pueda llevarlo totalmente a cabo, pero eso le importa un comino, porque, como dicen sus hinchas, "puede que jurídicamente fracase, pero simbólicamente es un éxito". Pues meteos esos símbolos en el culo, y hablemos de cosas serias.

Yo no niego que el franquismo cometió multitud de crímenes, pero personalmente me repugna esa siniestra contabilidad, para saber quién mató más. Todos mataron demasiado. Pero en términos históricos y con un mínimo de serenidad, resulta evidente que en el campo republicano, o rojo, o soviético, como quieran ustedes calificarlo, la guerra civil, dentro de la guerra civil, cobró en dicho campo un aspecto peculiar (que no existió en el campo nacional o franquista). Estoy hablando del terror y la represión que ejercieron los comunistas contra otros antifranquistas. Y es por eso que he puesto el nombre de Andrés Nin en el título. No es que yo tenga una admiración particular por el político Nin, pero confieso que por el hombre sí. Cuando tantos, Bujarin, Zinoviev, Radek, London, etc, confesaron bajo la tortura, Nin no. Y nada tuvo que ver la suya con las torturas de la Puerta del Sol: ¡fue despellejado vivo! Y no confesó ser un "hitlero-trotskista", ni un agente de Franco. Pero ese horror-terror comunista, el señorito Garzón no quiere verlo; no le es rentable, prefiere condenar globalmente una dictadura y un dictador muertos, eso si que es rentable, según él, y según el franquista de Miguel Ángel Aguilar.

En un libro-entrevista, que creó que se llamabaDemain l’Espagne, Santiago Carrillo, entrevistado por los memos Max Gallo y Regis Debray, reconoció que Andrés Nin había sido asesinado bajo la tortura, pero añadía: "Teniendo en cuenta las circunstancias políticas de la época, ese crimen fue necesario". Y Gallo, Debray y Garzón se dan por satisfechos: cuando un crimen es necesario políticamente, pues adelante, a matar.

Evidentemente, esta gigantesca estafa histórica tiene un objetivo político, además del fenomenal autobombo del juez Garzón, que puede definirse como chantaje: los que se oponen a su proyecto lo hacen porque son franquistas, o lo fueron, o son sus herederos, o "sociológicamente" son franquistas, o sea que no tienen derecho a hablar, y aún menos a existir políticamente. La venganza de don Mendo progre. Las escopetas, claro, apuntan al PP, pero en un momento en el que el zapaterismo necesita y pide su ayuda, para sus Presupuestos, sus Estatutos y sus hostias, es probable que Garzón fracase, o fracase a medias.

Yo, desde luego, he sido y soy mucho más antifranquista que Garzón, pero menos estafador, porque sé que, me guste o no, la transición democrática ha sido, en buena medida, obra de franquistas: el Rey, designado a dedo por Franco, Adolfo Suárez, que no era precisamente el secretario general del POUM, Fraga Iribarne, muchos más. Cebrián, menos.

Los restos de Federico García Lorca yo ya los tengo, son sus Obras Completas, y si su familia quiere, o no, abrir la fosa es cosa suya, como en los demás casos, que deberían negociarse entre familias y alcaldes, o autoridades regionales, sin todo este batiburrillo mediático y propagandístico, porque los "desaparecidos", repito, no son sólo "víctimas del franquismo". ¿Dónde están los restos de Andrés Nin, por ejemplo? ¿En Burgos o en Berlín, como decían el NKVD y Santiago Carrillo?

Estos días, precisamente, Ciudadela publica un libro de testimonios: Por qué dejé de ser de izquierdas (*), en el que varios de nosotros, de Federico Jiménez Losantos a César Vidal, de José Maria Marco a Javier Rubio, pasando por la fantástica Cristina Losada (y no les cito a todos), explican por qué fueron antifranquistas, todos. Pienso que el antifranquismo desempeñó un papel importante, junto a la afición juvenil por la rebeldía y los extremismos, en su adhesión a la izquierda en tiempos de la dictadura. Pero fuimos antifranquistas cuando había que serlo, cuando existían la dictadura y el dictador, pero que estos que estuvieron chupando del bote finjan serlo ahora, tantos años después, se inventen una leyenda y roben una experiencia, es de bellacos. Al primero que ese juez debería juzgar es a un tal Garzón, juez. Pero ni a eso se atreverá. Prefiere ocuparse de los símbolos y los muertos. O sea de su carrera.

(*) En la página 111 de dicho libro, y tratándose de mi texto, se lee: "Pese a todo, lo esencial es que los comunistas y nosotros estamos detrás de la misma barricada de enfrente". Se trata de una errata, y la frase no tiene el menor sentido. Lo que yo había escrito, es: "Tratándose de una discusión con Ernest Mandel, un líder trotskista, quien me dijo: 'Pese a todo lo esencial, es que los comunistas y nosotros, estamos detrás de la misma barricada anticapitalista'. Y yo dije: 'Pues estoy en la barricada de enfrente'". Todo el mundo entiende, así lo espero, al menos, que se trata de un error grave, que anula el sentido de mi declaración y hasta de mi título, que es precisamente "La barricada de enfrente". Para mí es importante que yo, ya entonces (1966-67), me situara, detrás de la barricada del capitalismo democrático, contra el totalitarismo comunista.


La carta de Carmen Grimau, hija de Julián Grimau: "Carrillo, el enterrador enterrado"
Yo no hablaré del político fallecido, pero sí de su forma ética de hacer política. Porque Santiago Carrillo representó ante todo la forma más despótica y despiadada de ejercer la política. Encarnó el prototipo arrogante de los dirigentes con plenos poderes para disponer de la vida y la muerte de los otros. Siempre en la cúpula. Alejado del peligro de la clandestinidad. Hoy muere, el gran vencedor, el que enterró a todos los camaradas. A los que traicionó, también. Todos sus hombres han muerto. Él inició el comunismo y lo enterró un siglo más tarde. Su perseverancia es lo más espectacular y lo más siniestro del personaje. Acabó reinando sobre los cadáveres que fue acumulando sin que de su boca saliera el menor sentimiento de culpabilidad. Hizo ver la luz donde sólo había tinieblas. Puso cara a la pesadilla que describiera Arthur Koestler. 
Santiago Carrillo fue el experimento más logrado del NKVD. Desde que Codovilla lo visitara en la Cárcel Modelo de Madrid, poco antes de las elecciones de febrero del 36, el joven Carrillo era ya el elegido para liderar el destino de los militantes comunistas. 
«¿Quién rige los destinos de los hombres?», se preguntaba Vassili Grossman. Buena pregunta. Desde luego, entre 1944 y 1976, los destinos de los clandestinos comunistas estuvieron en manos de Santiago Carrillo. Salvo la incursión puntual en el Valle de Arán en 1944 –que le proporcionaría el poder absoluto sobre el aparato del Partido–, no volvió a entrar clandestinamente a España hasta el 7 de febrero de 1976, y lo hizo subido en un Mercedes y con peluca picassiana. El barbero de Picasso hizo un trabajo histórico. Personalmente, no he conocido a ningún clandestino que pasase la frontera con esa escenificación tan teatrera. Los clandestinos que conocí siempre me parecieron seres transparentes que, si podían, se fundían con el asfalto de las calles que pisaban. Recuerdo a hombres sobrios, desprendidos e inquietos. Sin un duro en el bolsillo para ellos o sus familias y que luchaban por algo en lo que creían. Fueron los portadores de una filantropía abnegada y severa. Pero eso ya lo escribí en la revista Leer de José Luis Gutiérrez. 
La peluca, que tanta gracia hizo a sus señorías, formó parte de una táctica, sumamente calculada, de éxito y de aplauso póstumo a la par. En 1976, sabe que ha llegado el momento del envite crucial. Es sólo cuestión de meses. Su despiadado egocentrismo lo mantiene alerta. Quiere ser el único protagonista. Por ello, el 8 de diciembre, increpa al prestigioso clandestino Simón Sánchez Montero con un "¿es que me queréis sustituir?". Recela también de la popularidad de Marcelino Camacho. La tensión se palpa. Y el acto final tendría lugar el día 22 con su detención. Fue la gran ceremonia pactada: ocho días en la enfermería de Carabanchel. Pagó un precio muy módico. El 31 de diciembre tomaba las uvas en libertad. 
Ya sé que escribo a contrapelo. Algún día, tal vez, se conozcan todas sus traiciones. Es sabida de sobra hoy su cobardía al no querer nombrarlas. El apasionante libro de José Luis Losa –Caza de rojos– da buena prueba de ello. Nadie puede sobrevivir a semejante responsabilidad si no alberga en su cerebro lo más abyecto: la carencia absoluta de conciencia. Santiago Carrillo vivió como un alto funcionario de carrera política. Fue un burócrata tenaz e implacable que consiguió aguantar impertérrito 50 años de reunión permanente. Un dirigente cuyo centro estratégico se situó siempre en un despacho acolchado con informes. Fue un enragé de los informes. Un fanático del control. Un internacionalista sin don de idiomas. Fernando Claudín, con gracejo vindicativo, dejaría caer una evidencia: «Carrillo no se apeó del coche con chofer desde el 45». De funcionario revolucionario a funcionario de las Cortes: de coche del Partido a coche oficial de diputado. 
La realidad dejó de existir fuera de las palabras codificadas. Y los informes fueron para él más carne que la carne misma de los clandestinos. Valían más. Valían todo. Vassili Grossman perfiló a un prócer del partido soviético que bien podría haber sido Carrillo: «Fue de esos que no tuvieron ni siquiera la oportunidad de comportarse vilmente durante los interrogatorios, ya que no les interrogaron. Tuvieron suerte, no les arrestaron». Carrillo se reinventó a sí mismo en la mentira. Su habilidad camaleónica siempre me ofendió. Me estremeció su perseverancia en ser la voz del augur, legitimada siempre con la sangre de los otros. No citaré a ninguno para no olvidarme de nadie. Gregorio Morán habló de dos elementos confluentes en el tacticismo del dirigente: su amnesia oportunista y la exoneración de toda responsabilidad propia. «Somos colectivamente responsables de las insuficiencias y debilidadesen nuestro trabajo». Todos fueron culpables. Menos él. 
Pero yo, hoy, en el día de la muerte de Santiago Carrillo, sólo veo el silueteado de los clandestinos que no pudieron regresar de la utopía mortal de aquellos años de espejismo revolucionario. Y el rostro entumecido y los ojos negros de mi padre, Julián Grimau, esperando que el tercer tiro de gracia acabara con su vida. Porque hicieron falta tres tirosde gracia para matarle. Diferencia.

Quizás le interese: Gabriel Albiac: "Santiago Carrillo fue el paradigma de esa generación de monstruos que produjo la Europa de Entreguerras" 
O también: Los documentos que sí existen sobre Paracuellos. 



Andrés Nin, el crimen que remató la República 

Federico Jiménez Losantos publicó una serie, "Los nuestros", en la prensa española, en concreto, en El Mundo. El breve relato de la vida de Andrés, Andreu Nin, es uno de ellos. 

De orígenes anarquistas, fue funcionario sindical en la URSS al término de la revolución. Llegado Stalin al poder, tuvo que abandonar Moscú para salvar la vida. De regreso a España, fundó partidos trotskistas. Su asesinato en 1937 ejemplifica la profunda brecha que se abrió en la izquierda.

Cuando los agentes secretos soviéticos, dirigidos por Orlov, y sus sicarios españoles, entre los que destacaba el coronel Ortega, secuestraron, torturaron y asesinaron a Andrés o Andreu Nin López, en junio de 1937, algo en la II República se rompió para siempre.

No se explica el final de la guerra sin la fosa que se abre, con el cuerpo de Nin dentro, entre los que estaban dispuestos a todo al servicio de Stalin y los que, desde entonces, miraron a Moscú como un peligro más que como un aliado. Si Moscú era capaz de mandar asesinar a un hombre inofensivo políticamente como, de hecho, lo era Nin, ¿qué podía esperarse de bueno que viniera de Moscú? Ni armas siquiera, que por entonces, además, empezaron a llegar de forma harto irregular, a pesar de estar pagadas de antemano y de sobra con el oro del Banco de España enviado a Odessa.

Y es que la historia de Nin, como la de los otros grandes personajes del POUM, Maurín y Gorkin, era la de la izquierda española del siglo XX. Formado en el anarquismo, con gran facilidad para los idiomas -daba clases de catalán y de español entre presión y prisión, y pronto se ganó la vida como traductor en las épocas de clandestinidad- Nin era, con Pestaña, una de las jóvenes promesas del movimiento libertario, cuando triunfó el golpe de Estado leninista y fue enviado a Moscú para averiguar las características del régimen y después decidir si la CNT se sumaba a la naciente III Internacional. Nin hizo algo más que mostrarse favorable_ se quedó en Moscú. Allí empezó a trabajar en la organización de la Profintern, la Sindical Obrera de la III Internacional, y recorrió Europa como agente soviético buscando su implantación, tarea dificilísima porque los socialistas y los anarquistas tenían el control absoluto de ese terreno y pronto se mostraron opuestos al sectarismo leninista.

Nin tardó poco en desengañarse de la revolución. Dos años después de instalarse en su despacho de la Profintern ya le contó a Gorkin sus dudas sobre la evolución de la URSS y, en especial, sobre la sucesión de Lenin. Su favorito era Trotski, con el que mantenía muy buena relación Fue precisamente lo que, años después, le costó la vida.

Y es que Trotski, además de crear el Ejército Rojo y de forjar, mano a mano con Lenin, el régimen de terror que, a través de la cheka, dirigió desde los primeros meses de la revolución Félix Dzerzhinski, tenía debilidad por los escritores e intelectuales, a los que adoctrinaba y con los que se entretenía en largas veladas, bien regadas con vodka. Nin tenía un lugar importante aunque relativamente marginal en la naciente nomenklatura y pertenecía al círculo de los Maiakovski, Esenin, Bábel, Lili Brik, Lieniak y otros que, con Gorkin en la distancia, y Meyerhold en las tablas, sin olvidar a Dziga Vertov, Pudovkin y Eisenstein en el cine, formaron una especie de Corte de Camelot en la naciente revolución soviética.

Nin tradujo al catalán y al español varios libros de Lenin, de Trotski y de los pocos teóricos que por entonces tenía el partido bolchevique, pero complementaba su sueldo y su afán lliterario con la traducción de narraciones de todos aquellos brillantes escritores, entre las que destaca Caballería Roja, de Isaak Bábel.

Pero el rey Arturo Illior Ulianov murió y no había caballeros en torno a la Mesa Redonda de la revolución de octubre. La lucha sorda entre Trotski y Stalin por la sucesión leninista, la tuvo ganada Stalin desde el principio, pero tardó algún tiempo en tomar represalias. Así pudo censar a todos los que, en un momento dado, podían serle hostiles, y se dispuso a deshacerse de ellos.

Entre los trotskistas, que eran simplemente los que se oponían a Stalin o a ciertas formas del terror soviético que no tenían sentido después de ganar la Guerra Civil, figuró desde el principio Andrés Nin. Trotski pudo salir vivo de la URSS pero sus amigos se quedaron y, en la práctica, se convirtieron en prisioneros del naciente estalinismo. Nin tuvo además la gallardia de no esconder nunca sus diferencias con Trotski pero también de ayudarlo cuantas veces pudo, porque consideraba injusta su persecución. Esto lo llevaba de cabeza a la cheka y al tiro en la nuca, cuando su mujer. Olga Tareeva, le impuso la huida de la URSS como única forma de salvar la vida, Las autoridades negaron el visado. Entonces, Olga se presentó en la sede del KGB -entonces GPU- diciendo que si no les dejaban salir, se pegaría un tiro en la puerta de la Lubianka. Y sacó la pistola para demostrarlo. La vieron tan decidida que les dejaron salir.

Cuando Nin regresa a España está naciendo la II República y él funda un grupo claramente trotskista, Izquierda Comunista, que, sin embargo, tropieza con dos obstáculos infranqueables: el dogmatismo de Trotski y la existencia de un grupo, el Bloque Obrero y Campesino, dirigido por el aragonés afincado en Barcelona Joaquín Maurín, cuyo liderazgo en el comunismo antiestalinista era indiscutido e indiscutible. Nin no fue capaz de conseguir que su organización creciera mientras veía cómo la de Maurín se iba haciendo cada vez más fuerte.

Después de muchas peleas teóricas y después de la participación del BOC en als alianzas obreras y la revolución de Asturias, amén de la rebelión de la Generalitat que, dirigida por Dencás, terminó en un espantoso ridículo, la IC y el BOC deciden unir sus fuerzas convencidos de la inminencia, por no decir necesidad, de la Guerra Civil. Nace así el POUM, Partido Obrero de Unificación Marxista, en el que Nin ocupa una presidencia honorífica pero en el que manda Maurín.

Su política es comunista, dictatorial, pero antisoviética, lo cual les enemista con la CNT -que no perdona ni la antigua defección de Nin ni la represión de Ttrotski contra Makno y otros anarquistas en la URSS- y con Stalin, que ha puesto en marcha, con Yagoda y Yehzov, lo que Conquest ha llamado «el gran terror», una depuración masiva de todos los antiguos bolcheviques, con especial atención a los anarquistas, troskistas y «socialtraidores» en general.

El comienzo de la Guerra Civil pilla a Marín en Galicia, donde consigue escapar con nombre falso, pero es detenido al tratar de pasar a Francia por Jaca, y remitido a la cárcel. Nin queda entonces como jefe nominal del POUM, pero el partido sigue siendo maurinista y, salvo Andrade, todos los dirigentes, con Gorkin a la cabeza, le guardan respeto pero no obediencia. Cuando empieza la guerra, el POUM moviliza sus efectivos como los demás partidos revolucionarios, ero el PCE-PSUC, es decir, Moscú, por boca de Koltsov, ya ha ordenado la caza y captura de los trotkistas, a los que se asimila con los nazis y el Gobierno de Burgos. Tras los Hechos de Mayo, en los que el POUM se alía desganadamente a la CNT contra el PSUC, se desata la persecución contra los poumistas. En junio, Negrín, que ha sustituido a Largo Caballero porque éste se niega a ilegalizar la organización dirigida por Nin, hace la vista gorda para que el coronel Ortega y los agentes de la NKVD, el servicio secreto soviético que en la España republicana ya campaba a sus anchas, detengan a la plana mayor del POUM.

Se llevan a Nin a Madrid, pasando por Valencia, y allí intentan convencerle a golpes de que confiese su condición de agente franquista y nazi. Nin, hombre de salud frágil y carácter blando, no transige. Comienzan entonces las torturas: lo llevan de Madrid -una cheka en la Castellana- a Alcalá de Henares y allí, en un chalé, lo golpean hasta darlo por muerto. Pero vive. Entonces lo llevan al Pardo, a un garito donde las Brigadas Internacionales solían depurar a los antifascistas que no rendían culto a Stalin. Lo coge entonces una troika venida de la URSS y encargada de los mokrie dela, literalmente, asuntos mojados, en sangre, se entiende.

Por las declaraciones de un agente soviético a Jesús Hernández, número dos entonces del PCE, Nin fue desollado vivo, o desollado hasta que murió, Pero nunca firmó nada contra sus compañeros. Mundo Obrero publicó entonces que un grupo de agentes de la Gestapo habían cruzado las líneas y rescatado al «traidor Nin» llevándoselo a Burgos. El POUM respondió desde la clandestinidad pintando en todas las paredes que tuvo a mano: « Gobierno Negrín: ¿dónde está Nin?. A lo que los del PCE-PSUC añadireron: «En Salamanca o en Berlín». Se unió así el asesinato a la calumnia. Pero entre los que no eran comunistas, la muerte de Nin significó una ruptura de fondo con Moscú que desembocó en la rebelión de Casado al final de la guerra. «Antes con Franco que con los que mataron a Nin», se dijeron Besteiro y los suyos. Lo que prueba hasta qué punto Nin era uno de los nuestros.

Carrillo y los documentos de los crímenes de Paracuellos del Jarama.


Sin duda alguna, uno de los efectos colaterales de la Memoria Histórica ha sido el refrescar la memoria, dicho sea de paso, de la actuación criminal de Santiago Carrillo durante la Guerra Civil Española. La falta de memoria de la actual Democracia española produjo una amnesia, un poco selectiva, sobre el personaje en cuestión durante más de veinte años. Afortunadamente, Carrillo que empezó como héroe de la Transición acabará sus días como el criminal de Paracuellos del Jarama. Hace un par de años, en un programa de Antena 3, se debatía sobre esto de la Memoria Histórica, allí se entrevistó a un vecino de Monesterio y de Madrid, veterano abogado, llamado José Luis Rodríguez Viñals. Pero en la mesa de la tertulia estaba entre otros Santiago Carrillo. Entonces un contertuliano, el catedrático e historiador Fernando García de Cortazar hizo sutilmente una alusión a los crímenes de la Guerra Civil. Sutilmente dijo que de eso sabía mucho don Santiago. Al poco tiempo el «Marqués de Paracuellos» -tal como denomina Federico Jiménez Losantos a Carrillo- desapareció del plató. El presentador disculpó a la audiencia de que el señor Carrillo se había ido porque estaba indispuesto. Eso es la mala conciencia, y también la cobardía por no asumir los miles de asesinatos y ejecuciones en Paracuellos del Jarama en aquel noviembre de 1936. Uno de cuyo responsables es Santiago Carrillo, Consejero de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid en 1936 representante de las Juventudes Socialistas Unificadas.
Como los dirigentes rojos eran muy cínicos, cuando se constituyó la Junta de Defensa de Madrid, se informó desde la prensa que se creaba como «garantía de sus habitantes». Así lo anunció el diario El Sol del 8 de noviembre de 1936. Los primeros que supieron de esta garantía eran los presos políticos encarcelados sin mandamiento judicial, muchos de los cuales fueron fusilados. Los negacionistas de los crímenes de Santiago Carrillo aseveran que este héroe no es responsable de nada y que es muy bueno. Esto no es lo que decía un compañero suyo de fechoría, un comunista que había pasado por todo el espectro político de la izquierda, llamado Ramón Torrecilla Guijarro. El 3 de noviembre de 1939 firmó una declaración en la que daba todo lujo de detalle del entramado institucional que llevó a cabo las sacas de las cárceles y el asesinato de millares de personas. Fue designado directamente por Santiago Carrillo para ser vocal del llamado «Consejo de la Dirección General de Seguridad». En este organismo había representantes de la FAI, del PCE, de la CNT, de la UGT, y de las Juventudes Socialistas.
Ramón Torrecilla recibía órdenes de Segundo Serrano Poncela, Delegado de Orden Público y antiguo redactor del diario Claridad, periódico del ala más radical del PSOE. Según la declaración de Ramón Torrecilla, «Serrano Poncela tenía que ir diariamente a despachar con el Consejero de Orden Público en la Junta de Defensa, Santiago Carrillo. Además, Santiago Carrillo iba con frecuencia a conferencia con Serrano Poncela. Se llevaba en la Dirección de Seguridad un libro registro de expediciones de presos para asesinarlos. Calcula el declarante que fueron alrededor de 20 a 25 las efectuadas; de ellas, cuatro de la Cárcel Modelo, cuatro o cinco de la de San Antón, seis a ocho de la de Polier, y seis a ocho de la de Ventas. Le parece que de la Cárcel Modelo se extraerían para matar alrededor de mil quinientos presos».
El procedimiento que seguían estos criminales para la selección de los posibles fusilados lo inauguraron en la Cárcel Modelo de Madrid en la noche del 7 de noviembre de 1936: «El dicente y sus cinco compañeros se encaminaron seguidamente al fichero de presos y pasaron varias horas apartando las fichas, según la profesión de los presos, en los cuatro grupos siguientes: 1º Militares, 2º Hombres de carreras y aristócratas. 3º Obreros. 4º Personas cuya profesión no constaba». Esto era la legalidad republicana, la legalidad del crimen y del asesinato. Esto lo cuenta uno de los responsables, camarada de Santiago Carrillo. Sorprende pasado más de medio año tras la finalización de la Guerra Civil, el criminal Ramón Torrecilla Guijarro no había sido enjuiciado por estas actuaciones, pero sí otras menos graves: «Estuvo en libertad durante varios meses después de liberado Madrid hasta que el 9 de agosto último fue detenido con otros correligionarios por atribuírsele actuales actividades comunistas. Sobre estas supuestas actividades políticas ha sido interrogado por un Juez, pero no lo ha sido, hasta ahora sobre su actuación en la dominación roja».
Aquí están los documentos: La hoja número 1, la hoja número 2, la hojanúmero 3, la hoja número 4, y la hoja número 5. Se puede constatar que sí existen papeles que atestiguan que Santiago Carrillo fue el máximo responsable de esos crímenes.


La brillante hoja de servicios de Carrillo



Luis David Bernaldo de Quirós.- He aquí el retrato fiel de Santiago Carrillo, hombre sin conciencia ni honor que, como recompensa a su trayectoria criminal, recibió infinidad de homenajes y prebendas de los políticos a izquierda y derecha así como del jefe del Estado.

Sirva esta hoja de servicios para hacer justicia con sus víctimas y para vergüenza de sus aduladores, hacedores del inicuo régimen actual.Veamos la “brillante hoja de servicios” de este sujeto:

I).- Siempre tuvo por referencia al “gran Stalin”, uno de los personajes más siniestros que ha dado la Humanidad. Este amor por el dictador se puede comprobar leyendo la revista Nuestra bandera de 1.950.

II).- Sometía a sus víctimas a interrogatorio hasta extremos de llevarlos casi a la locura. Esto ocurrió con Carmen de Pedro, amante de Jesús Monzón, a la que autoconvenció diciéndole que Monzón no había luchado contra el fascismo, sino que había colaborado con él y, por tanto, había que eliminarlo.

III).- Repudió a su padre en beneficio de la de la causa. El comunista Manuel Tagüeña dice al respecto: Siempre estuvo Carrillo subordinado a sus ambiciones políticas. Por mucho aire espartano que quiera dar al gesto, nadie duda que lo hizo para presentarse ante la dirección del partido como militante íntegro capaz de sacrificar a su padre en beneficio de la causa. Este repudio y denuncia lo haría dos meses y pico después de que el trío formado por Casado-Besteiro-Wenceslao Carrillo se levantaran contra el gobierno de Negrín y, por tanto, contra la República.

IV).- Para autoafirmarse en sus principios y tratar de convencer al PCE y a la IC de la solidez de sus convicciones, afirmaba: Cada vez me siento más orgulloso de ser un soldado en las filas de la gran Internacional Comunista… Cada día es mayor mi amor a la Unión Soviética y al gran Stalin…

V).- Es el responsable, sin que nadie le haya pedido cuentas, de las sacas de presos que, desde las cárceles Porlier, San Antón, Modelo, todas de Madrid, terminaban siendo masacrados en Paracuellos del Jarama, Torrejón de Ardoz, Arroyo de San José ,etc.

VI).- Como es lógico, niega todo esto en sus Memorias y lo achaca, como siempre, a incontrolados. Mentira. La saca más importante fue la de Paracuellos, 500 personas, las cuales fueron transportadas en autobuses de dos pisos con los correspondientes vehículos de escolta, teniendo que atravesar toda la ciudad, siendo vistos por muchísimo público.

VII).- No cuenta que, cuando a primeros de diciembre fue nombrado director general de prisiones el anarquista Melchor Rodríguez, el Angel Rojo, se acabó todo aquel terror, demostrándose que las matanzas no eran obra de incontrolados.

VIII).- En el diario La Voz de 3 de Noviembre de 1936, se puede leer: Hay que fusilar a más de cien mil fascistas camuflados, unos en la retaguardia, otros en las cárceles …”. En Diario de la guerra de España, del agente de Stalin en Madrid, Mihail Kolstov, Ruedo Ibérico, Madrid 1977, se lee: Limpiar un poco Madrid; echar aunque no sean más que 30.000 fascistas; fusilar, aunque sólo sea un millar de bandidos.

IX).- Este sujeto aparece en unas declaraciones de Francisco Antón en “Discursos pronunciados en el Pleno Ampliado del Comité Central del Partido Comunista de España, celebrado en Valencia los días 7 y 8 de Marzo de 1937”. Dice así: …nos hemos preocupado un poco por limpiar la retaguardia. Es difícil asegurar que en Madrid está liquidada la Quinta Columna, pero lo que sí es cierto es que allí se han dado los golpes más fuertes… y esto se debe a la preocupación del Partido y al trabajo abnegado, constante, de dos camaradas nuevos, el camarada Carrillo, cuando fue Consejero de Orden Público, y el camarada Cazorla…”.

X).- Asesinó a los duques de Veragua y dio órdenes para quemarle los pechos con un cigarro a sor Felisa, del convento de las Maravillas ( “Paracuellos del Jarama: Carrillo culpable” , Editorial Arcos Vergara, Barcelona 1983, pág. 68).

XI).- Este gijonés homenajeado, aparece en un comentario del ex comunista Carlos Semprún Maura en el diario ABC de 9 de Abril de 1994: Siendo Consejero de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid, fue Santiago Carrillo quien ordenó la matanza de Paracuellos cosa que ha reconocido offthe record y no, como escribe, incontrolados probablemente de la FAI.

Este sujeto, en unas declaraciones al periódico “El Socialista” del 15 de setiembre de 1.934, decía lo siguiente: “Si el gobierno entregado a las derechas, no rectifica, serán estas Juventudes (se refiere a las Juventudes Socialistas) las que asalten el Poder, implantando su dictadura de clases”. Al final termina con “¡Muera el Gobierno!. ¡Muera la burguesía!. ¡Viva la Revolución!. ¡Viva la dictadura del proletariado!”. Es decir: este “demócrata” grita todo tipo de “mueras” en plena República. De aquí se deduce que la “república” por la que luchaba este ejemplar era por la de la bota, el bozal, el grillete y la zahúrda, como todos sabemos.

A continuación, hacemos un breve comentario sobre el libro de D. Ricardo de la Cierva “Carrillo miente. 156 documentos contra 103 falsedades”, editorial Fénix, 1.994. En la página 19 se puede leer: “Estas anécdotas personales no son nada en comparación con las mentiras que relata en sus memorias. En este sentido su libro merece el Nobel, el Cervantes y el Nadal de la mentira. Yo creo que nadie ha sido capaz como él de escribir tres mentiras por línea impresa”. (Carlos Semprún Maura, antiguo comunista, “Con la mentira en ristre”, ABC 9-04-94, página 72). Enrique Líster, que fue comunista antes que Carrillo y que siguió siendo comunista después de haber sido expulsado éste del PCE, dice en la página 20: “Hasta las conversaciones con Uribe en 1.961 yo consideraba a Carrillo un comunista. Un comunista con muchos defectos, pero un comunista. A partir de esa fecha comencé a observarlo de forma diferente, a observar sus actitudes y sus acciones de forma más crítica. Comencé a ligar unos hechos con otros, unas épocas con otras y ante mí fue apareciendo un Carrillo completamente extraño a toda idea, principio y práctica comunista. Aparecía el arribista sin escrúpulos, un ser completamente deshumanizado, capaz de mandar a la muerte o destruir política y moralmente a personas a las que antes había jurado la más completa amistad. Le he visto mentir de la manera más cínica al informar sobre las entrevistas y los hechos relacionados con otros partidos o personas”.No sé si conocerán la carta que le envió a Carrillo el enterrador de Paracuellos.

Vamos a transcribir sólo tres párrafos, porque la carta es un poco larga. Dice así: “Sr. Don Santiago Carrillo Solares: “Creo que me conocerás. Yo sí te recuerdo mucho. Hoy soy vecino de Aranjuez, tengo 85 años. En el año 1.936 fui enterrador del cementerio de Paracuellos del Jarama. También estuve en la checa de la ESCUADRILLA DEL AMANECER, de la calle del Marqués de Cubas nº 17 de Madrid, donde presencié los más horribles martirios y crímenes”. “También estuve en el Cuartel de la Guardia de Asalto de la calle Pontones, en la Puerta del Sol, donde tú, Santiago Carrillo, mandabas realizar toda clase de martirios y ejecuciones en las checas de tu mando. Yo soy Pionero, al que llamaban “EL ESTUDIANTE”, que llevaba la correspondencia a las diferentes checas a cambio de la comida que me dabas…¿Me conoces ahora, Santiago Carrillo? Se despide de ti el enterrador de Paracuellos del Jarama, alias “EL ESTUDIANTE”, que presenció los martirios y asesinatos que tú, Santiago Carrillo, mandaste que se realizaran en España”.Más en Declaraciones de “el Estudiante” a “El Alcázar”.“… Al rato llegó un coche alargado de donde se bajaron 4 milicianos y un quinto, el jefe de las checas, que yo conocía entonces. Vestía un tabardo marrón y unas botas. No tendría más de 23 o 24 años. Era Santiago Carrillo. Apearon a tres señores y una señora, les hicieron andar sobre la cuneta unos doce metros y, sin que yo me lo esperara, sacaron las ametralladoras y los mataron a los cuatro. Carrillo, que había mandado ejecutarlos, saltó a la cuneta y me dijo: “este es el duque de Veragua, el fascista número uno de España”… mientras sacaba una pistola… y disparó tres tiros sobre el cráneo del duque que ya estaba bien muerto… dirigiéndose al guardia de asalto Ramiro Roig (El Pancho) le ordenó: ¡Quítale el anillo (una sortija con brillantes que parecía muy buena), y como no podía, él ordenó: ¡Córtale el dedo, leche!

El guardia sacó una navaja de bolsillo y destrozó la mano hasta que consiguió sacar el anillo y se lo dio a su jefe. Recuerdo perfectamente que Santiago Carrillo, después de limpiar la sangre de la sortija con broza que cogió del suelo, se la guardó en el bolsillo…”. “Recuerdo que era de noche cuando llegamos (a la cheka de Fomento)… Allí estaba una mujer joven, de unos treinta años o más, con la ropa a jirones, casi desnuda, que no hacía más que llorar y suplicar que no le pegaran más. Cuando llegó Santiago Carrillo dio orden a “El Valiente”, quien con un cigarro puro empezó a quemarle los pechos, mientras suplicaba “por Dios” que no la torturaran más. Luego me dijeron que se trataba de sor Felisa, del convento de las Maravillas, de la calle Bravo Murillo…”.

“Al otro día, igual, cavando que no sabía para qué servía. Debía ser la primera semana de noviembre cuando nos llegaron tres autocares con cientos de personas. No sé cuántas serían. Aquello fue horroroso. No paraban de matarlos y meterlos en las zanjas, cuando llegaban más autocares con hombres, mujeres y niños… La escabechina fue tremenda; el mismo Santiago Carrillo empujaba hasta la fosa con el pie; con algunos no podía y los arrastraba cogiéndolos de los pies o de las manos . . . Así fue, a grandes rasgos, la matanza de Paracuellos efectuada los días 6, 7, 26 y 27 de noviembre …”.

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