lunes, 30 de enero de 2012

El día que casi empieza la tercera guerra mundial

Nunca el mundo estuvo tan cerca de suicidarse como la última semana de octubre de 1962. Fue una crisis provocada por la insensatez de los dirigentes soviéticos y la megalomanía de un dictador cubano que no termina de morirse.
Duró apenas unos días y la cosa llegó a ponerse tan caliente que muchos creyeron entonces que, antes de que se pusiese el sol, misiles nucleares de uno y otro bando empezarían a volar sobre sus cabezas.
Al final la sangre no llegó al río. Los Estados Unidos se plantaron y la Unión Soviética se echó para atrás librando de paso a la humanidad de una tan gorda que, a día de hoy, aun no nos hubiéramos recuperado.
El día 14 de octubre de 1962 un avión espía U2 norteamericano regresó a su base tras una misión rutinaria sobre la isla de Cuba. A bordo llevaba unos negativos fotográficos que, a primera vista, mostraban unas extrañas instalaciones militares y un gran ajetreo en torno a ellas. O quizá no fuesen tan extrañas. Podían ser plataformas de lanzamiento de misiles, pero, dado su tamaño, no de unos misiles cualquiera sino de cohetes de medio alcance. Conmocionados por el hallazgo, enviaron de inmediato la prueba a Washington, para que la CIA la estudiase a fondo y la Fuerza Aérea tomara la decisión pertinente. No había lugar a dudas, eran silos para armas atómicas todavía no operativos pero que lo estarían en breve plazo.
Al otro lado del mundo, en Moscú, Nikita Kruschev se frotaba las manos. Iba a hacer algo ante lo que el mismo Stalin hubiese palidecido. Poner misiles estratégicos a cien kilómetros de Florida, es decir, algo así como colocar la afilada punta de un cuchillo jamonero en el gaznate de su archienemigo capitalista. Conseguirlo había sido sumamente sencillo. Gobernaba en Cuba desde hacía poco más de tres años un directorio revolucionario que había dado la vuelta al frágil equilibrio de bloques. Los que mandaban en la isla caribeña se habían entregado en cuerpo y alma a la Unión Soviética. Parece que por afinidad ideológica, pero, como querían seguir mandando por tiempo indefinido, también por oportunidad política.
Fidel Castro, el líder indiscutido y carismático de la revolución cubana, había descubierto su adicción al poder según pisó La Habana en la primera semana de 1959. Esa adicción conlleva fundar una dictadura y mantenerse en la poltrona contra viento y marea. El comunismo era una coartada perfecta, y más en los años sesenta y estando Cuba donde está. Sólo era preciso designar un enemigo a muerte y, como Cuba era pequeña e insignificante, un aliado que le mantuviese en el poder. El enemigo iba a ser Estados Unidos, luego, por lógica, el amigo habría de ser la URSS, sí, la misma de Stalin, los gulags y las hambrunas, la patria del socialismo real, el paraíso en la tierra.
Un bandazo de este calibre era, sin embargo, un envite bastante arriesgado. Podría haber sucedido que los soviéticos no quisiesen problemas, o que Washington, viéndolas venir, se hubiera aventurado a invadir la isla. Pero no pasó nada y Castro se salió con la suya. El presidente Kennedy no quería más problemas en Cuba de los que ya había tenido con motivo de la expedición de los exiliados a la Bahía de Cochinos, la célebre "invasión de Playa Girón", que pudo ser cualquier cosa menos una invasión porque ya es difícil invadir el propio país. Los soviéticos, por su parte, estaban encantados de que Dios les viniese a ver de aquella manera. Iban a lograr la paridad nuclear de una tacada y sin demasiadas inversiones. No se lo creían ni ellos.
La iniciativa partió de Castro. Convenció a Kruschev de lo oportuno que sería dar en los morros a los norteamericanos con medio centenar de cabezas nucleares y envió a su hermano Raúl a Moscú a ultimar los detalles de la operación. Se enviarían a Cuba 42 misiles nucleares de medio alcance, unos 2.000 kilómetros, y 24 de largo alcance, unos 4.000 kilómetros. Con esto, prácticamente todos los Estados de la Unión estaban a tiro de las bombas rusas. Sólo quedaban fuera Alaska y las Hawai que, por motivos obvios, no preocupaban demasiado a los jerarcas del Kremlin. Habría una bomba para cada Estado y aun sobrarían misiles para rematar a algunos con dos certeros arponazos.
Ese era plan maestro. En octubre de 1962 se encontraba muy avanzado pero no concluido. Para esa fecha los rusos habían desembarcado en Cuba "45 cabezas nucleares, 36 cabezas para misiles de crucero, 12 cabezas para cohetes Luna y 6 bombas atómicas para los aviones Iliyushin". Casi nada. Junto al letal polvorín nuclear, les había dado tiempo a llevar hasta la isla a 40.000 soldados soviéticos de incógnito. Hasta ese verano habían atracado en puertos cubanos 114 buques soviéticos cargados hasta la bandera de pertrechos y toda suerte de material militar. Con razón el entonces presidente de Cuba, un tal Osvaldo Dorticós del que nadie se acuerda, se pavoneó en la ONU asegurando que su país estaba en condiciones de defenderse de cualquier ataque. Lo más chocante de toda esta historia es que al todopoderoso imperio yanqui, que todo lo sabe y todo lo ve, le habían colado de matute un ejército delante de sus narices. Una vez más, el mito de la eficiencia de la CIA, armatoste estatal que sólo sirve para gastar dinero.
La gravedad del asunto era tal que la Fuerza Aérea lo elevó hasta el presidente Kennedy. Se ordenó incrementar los vuelos de reconocimiento y hacer un seguimiento exhaustivo de las actividades. La Casa Blanca, por su parte, llamó al embajador soviético para que diese explicaciones sobre lo que estaba pasando en Cuba. Kennedy no le mostró lo que ya sabía, que era secreto de Estado, y recibió a cambio un sofisticado y soviético embuste: en Cuba no pasaba nada y, si algo habían visto, los rusos no tenían que ver en ello. Todo un clásico de la diplomacia en la guerra fría; la URSS nunca olvidó que la mentira es un arma revolucionaria.
Las reuniones en el despacho oval se tornaron frenéticas. Especialistas de todos los ámbitos aportaron su granito de arena para ofrecer una respuesta digna de semejante órdago. Las opciones eran, básicamente, cuatro. La primera, bombardear sin más demora las instalaciones militares descubiertas por los U-2. La segunda, hacer lo anterior y después enviar a los marines a invadir Cuba y deponer a Castro. La tercera, bloquear la isla y evitar que los mercantes soviéticos alcanzasen su objetivo. Y la cuarta, tragar con lo que decía el embajador, abrir negociaciones y pedir a los rusos que retirasen los misiles por las buenas.
Si se lo hubieran presentado a Jimmy Carter hoy Cuba sería una potencia nuclear, pero le tocó a Kennedy decidir por lo que la tercera fue la elegida. Ni caliente ni frío y siempre quedaba la opción de recurrir a las otras dos, favoritas de los generales del Pentágono. Había además otro peligro nada desdeñable. Si Washington entraba en La Habana, Moscú podía entrar en Berlín y armar una buena en Europa. Kennedy, que era berlinés de adopción, no quería poner en riesgo esa avanzada que el mundo libre poseía al otro lado de la alambrada.
El 22 de octubre John Fitzerald Kennedy, en toda su apostura y donaire, se dirigió al mundo por televisión. Hizo un pequeño resumen a la audiencia del problema cubano y anunció sus intenciones. Desde el 24 de octubre la Armada de los Estados Unidos bloquearía la isla de Cuba con el fin de impedir que los cargueros soviéticos suministrasen el material que faltaba. La cuarentena estaría en vigor hasta que las instalaciones soviéticas fuesen desmanteladas. Los dos días que siguieron al anuncio fueron los del infarto. La guerra nuclear estaba a la vuelta de la esquina y el mundo al borde del abismo.
América entró en estado Defcon-2, el inmediatamente anterior a la guerra. Todos los superbombarderos B-52 fueron puestos en alerta, cincuenta de ellos se mantuvieron en el aire sobre el Atlántico por si era preciso atacar el corazón de Rusia. Todos los misiles nucleares, los Atlas, los Titán, los Minutemen fueron activados en el interior de sus silos y las bases yanquis en el extranjero se dispusieron para una conflagración inminente. El águila norteamericana había sacado las garras y extendía sus alas sobre todo el planeta.
El 26 de octubre Kruschev envió un mensaje a Kennedy. Aceptaba. Sus barcos dieron media vuelta y el conflicto se dio por terminado. Para evitar episodios como este acordaron crear una línea directa entre el presidente de los Estados Unidos y el que mandase en el PCUS, un teléfono, el Teléfono Rojo. El suspiro de alivio fue universal. Kruschev había perdido la apuesta. Pidió que, a cambio de la retirada, Kennedy se comprometiese a no invadir Cuba y que los misiles Júpiter estacionados en Turquía se desmantelasen. Salvaba la poca ropa que le quedaba después de hacer el ridículo ante un mundo incrédulo que llevaba dos días pegado a la pantalla del televisor. Muchos iban a pensar que la Unión Soviética no era tan poderosa como parecía, y es que no lo era. Los Estados Unidos disponían de más y mejores armas que sus rivales, del ejército más avanzado de la época y, sobre todo, de la firme intención de utilizarlo si alguien amenazaba sus intereses.
En Cuba, Castro se quedó con un palmo de narices monumental. Él, que se había soñado gran líder mundial, que había ocasionado este desbarajuste, era ignorado por los que de verdad tenían poder. Kruschev mantuvo a Castro al margen de las negociaciones y quizá esto fuese lo único que hizo con tino en aquella ocasión. Si el dictador cubano hubiera intervenido directamente en el conflicto es probable que la tercera guerra mundial hubiese dado comienzo aquel mes de octubre.
Fidel Castro se enteró por la radio y juró en arameo. "¡Pendejo! ¡Cabrón! ¡Hijo de puta!", dijo del premier soviético. Esa fue su contribución final a la crisis. La ONU envió a su secretario general Situ U Thant para que procediese a las inspecciones previas al desmantelamiento. Un enrabietado Castro le motejó como "lacayo del imperialismo". Al poco impidió que los inspectores de las Naciones Unidas entrasen en Cuba por lo que rusos y norteamericanos convinieron en llevar a cabo las inspecciones en alta mar. La pataleta de Castro fue fomentar coplillas que se cantaban por La Habana: "Nikita, mariquita, lo que se da no se quita".
Castro quería esos misiles; eran algo parecido a su seguro de vida. Su inseparable Ernesto Guevara se lamentaba a un periódico británico asegurando que "si los cohetes hubieran permanecido en Cuba, los hubiéramos utilizado todos, dirigiéndolos contra el corazón de Estados Unidos, incluyendo Nueva York, en nuestra defensa contra la agresión". Este tipo de desvaríos no se sabe bien por qué siguen sin pasar a las biografías oficiales del Che Guevara.
El mundo se salvó, pero, en última instancia, y aunque entonces se creyera lo contrario, el perdedor fue Estados Unidos y con él el mundo libre. Se consumó la entrega de Cuba al despotismo comunista y esto permitió que la dictadura castrista se afianzase. Al final, el seguro de vida para el Comandante resultó ser el acuerdo entre soviéticos y americanos y no los misiles nucleares. Una paradoja que han pagado con creces tres generaciones de cubanos. La china en el zapato que se dejó Kennedy por no resolver adecuadamente la crisis ocasionó más problemas a los Estados Unidos de los que nunca se hubiesen figurado los que apostaban por la cuarentena de la isla y la negociación.
En los últimos cuarenta años Castro, aparte de esclavizar a Cuba, ha sido suministrador privilegiado de dolores de cabeza para los inquilinos de la Casa Blanca. Ha llenado América Latina de guerrillas e inestabilidad y, durante tres décadas, fue el mejor agente exterior del imperialismo soviético. La crisis de los misiles fue una derrota norteamericana, quizá dulce y bien colocada a la opinión pública, pero derrota a fin de cuentas. Sólo la incontestable superioridad de su ejército nos salvó de algo peor.

ALDEBARAN 22

¿QUIEREN MEMORIA? PUES TENGÁNOSLA.

J. Cabeza.

No estamos en el 77, recién finiquitada la dictadura, ni el 82, cuando el PSOE llegó al poder y tuvo 13 largos años para hablar. Supongo que tuvieron en cuenta mirar en el armario, por si había algún esqueleto franquista que les pudiera dar un susto. Porque nada impediría en la desfranquización que los altos cargos tuvieran que presentar un pedigrí impecable y disculparse por los beneficios que le reportó ser hijo o nieto de franquista. Pudiera haberse visto escenas de perdón y desagravio como en cualquier “comisión de la verdad” que se aprecie.

Hace días murió Fraga, y la prensa de izquierda, sobre todo “Público”, rezuma odio, revancha y hasta yo diría que incultura, cuando algunos columnistas se preguntan ¿cómo es posible que un ministro de Franco sea Padre de la Constitución?

Yo diría que esa es la grandeza del aperturismo. Como ver a Carrillo de aquí para allá homenajeado; aquí por ejemplo se demuestra el talante demócrata de quienes hemos hecho la transición.

¿Hay que preparar certificados de buenos y malos? Vayan preparando las izquierdas sus certificados de limpieza. Que la izquierda recurra a estos revivales del pasado,  indica que subyacen razones más profundas.

La República y la Guerra, en versión de la izquierda, ha sido una de sus principales fuentes de legitimidad política y moral: les permite aparecer como defensora de la democracia y víctima del franquismo y ese falso pasado, que le hizo llegar con prestigio a la transición.

Hoy la izquierda, necesita reinventar una derecha autoritaria y antidemócrata, la vincula una y otra vez al franquismo, régimen al que no reconocen que los aperturistas se hicieron el harakiri.

La izquierda está acostumbrada a construir su legitimidad sobre la deslegitimación de la derecha, lo que la lleva, en esta democracia como en la república, a considerarse la única con verdadero derecho a gobernar.

Si esto de las fosas no fuera hijo del oportunismo y del sectarismo, cabría un debate serio acerca del pasado y las virtudes terapéuticas de la verdad. Cuando ha pasado tanto tiempo, debería ser posible hablar con franqueza e ir desechando las mentiras. Pero si uno de los bandos se nutre de un pasado falsificado y lo alimenta para basar en él su estrategia presente, asistimos al peligro del desentierro del odio. Desde hace años les interesa mantener la Guerra Civil operativa en el escenario político, puesto que extraen de su interpretación de lo sucedido tanta legitimación para ellos como deslegitimación para la derecha. Pero hay otra ventaja coyuntural: les permite “sanar” el daño provocado por la larga estancia en el poder, los abusos cometidos en esos trece años de gobierno y ahora en  estos últimos siete años, fracturaron la confianza en la izquierda. Darle nuevo lustre a su “pasado glorioso”, es un modo de recuperar prestigio.

Fue en el primer gobierno del PP cuando empezó a tomar fuerza el movimiento por la recuperación de la Memoria Histórica promoviendo la excavación de fosas (que bien podían haberlo hecho con trece años en el poder). También fue cobrando vigor la tesis de que la transición había sido de amnesia. La revitalización del tema adquiere para la izquierda como parte de una estrategia para la recuperación del poder y es por lo que la guerra regresa al primer plano de la escena, PSOE ,IU y ERC apostó por exacerbar la polarización, dividiendo el campo entre “buenos y malos”. De momento, eso ha permitido que minorías agresivas, hasta ahora, sólo de izquierdas, puedan marcar el clima político.

Si uno repasa las listas de candidatos sean en generales, en municipales o autonómicas, descubre que en las listas del PP, suele haber más personas procedentes de las clases populares que  en el PSOE: pequeños empresarios, comerciantes, profesores y profesionales de prestigio; es un patrón que se repite al comparar unas y otras. La sociedad ha cambiado.

Carrillo fue muy listo en la transición, preconizaba la reconciliación, aceptaba la bandera española y al Rey. Sabía que el reguero de sangre que había dejado tanto él como sus camaradas, desde las Checas hasta Paracuellos pasando por la aniquilación del POUM, sus víctimas se cuentan por miles, de derechas e izquierdas. Hay un libro muy interesante de Abad de Santillana titulado “por qué perdimos la guerra”.

El PCE promovió la reconciliación consciente de que desenterrar a los muertos tenía sus peligros. Hoy sus cachorros (en IU) se unen al PSOE para remover fosas como diciendo  que todavía hay cuentas que saldar. Lo malo, para ellos, es que hay muchas que les corresponden, pero algunos ignoran (o hacen que ignoran) hasta su propia historia, y siguen en el empeño, a lo que se aferran un tropel de políticos de izquierdas interesados, historiadores politizados y personal cautivo de la ignorancia voluntaria, ¡tanto les va en ello! Se diría, que desprovistos de esa historieta “de buenos y malos”, la izquierda no podría levantar cabeza. Son los que ahora se expiden carné de luchadores contra la dictadura y ven expuestas sus falsedades.

Estamos ante la falsificación radical, evidente a poco que se reflexione, consiste en la pretensión de que la república y el frente popular representaban la democracia. Un somero repaso a dichos partidos permite entender la imposibilidad material del aserto.

El PSOE es y ha sido la guarida de los antiguos franquistas e hijos de.  ¿Verdad Sr. Bono, Bermejo, Fernández de la Vega, etc, etc…?

La crítica al capitalismo era el atractivo del marxismo, pero el PSOE no ha visto un libro de Marx ni por el forro, no dicen que la culpa sea del sistema, como sostenía Marx. Con el lujo que han ido gastando los dirigentes socialistas se diría que el relevo generacional les tocó a la pana y ahora no pueden vivir como no sea como los millonarios; se diría que todo está perdonado de antemano, y por tanto cínicamente permitido, el último ejemplo conocido es comprar coca con el fondo de los EREs en Andalucía. ¡¡¡ Y es que esnifarse una subvención es cosa de poco momento, comparado con el fondo de armario de Camps!!! ¡Señor,  para esto hemos hecho una transición! Nada hubiera sido posible, y no violento, si el pueblo español no hubiera optado masivamente en cada ocasión electoral por la reforma contra la ruptura, por la moderación contra el extremismo, por el porvenir contra el pasado.

Quiero terminar con una frase sobre Fraga: “fue de personalidad compleja y brusca, pero un político pragmático, bajo el franquismo se ganó su reputación de aperturista y reformista; en la transición desempeñó un papel histórico, integrando a la derecha en el régimen democrático. A Fraga le niegan los que aplauden a Carrillo. Pocos saben que fue fundador del periódico El País, Cebrían lo visitó en Londres, lo aduló y salió con la dirección del periódico asegurada. Tenía una cultura descomunal, sus adversarios acuñaron aquello de que Fraga tiene el Estado en la cabeza. Preparó e hizo más fácil el periodo de la transición, antes incluso de que Franco muriera”.

Durante la transición pidió entrevistarse varias veces con Felipe González, cenó por fin con él en un lujoso chalet de la familia Boyer. A fuerza de repetir Felipe, que Fraga representaba a los capitalistas, Fraga le hizo notar y respondió que él (Fraga), nunca llegaría a tener una casa como la del compañero Boyer. Fraga insistía en la reforma que implantase el principio de legitimidad democrática.

A su muerte se ha visto que se cumplió lo que predicaba.

domingo, 22 de enero de 2012

El resentido atormentado

AZAÑA, UNA BIOGRAFÍA
El resentido atormentado
Por José María Marco







Esta biografía se publicó en 1998, habiendo tenido una edición anterior, revisada luego, en 1989. Desde entonces se han aclarado algunas cuestiones confusas acerca de la acción política de Manuel Azaña.
Efectivamente, como se le acusó en 1934, en octubre de 1932 Azaña estuvo implicado en un intento de suministrar armas a un grupo de revolucionarios portugueses que aspiraban, o eso decían, a instalar un régimen "amigo" en el país vecino. Azaña justificó aquella voluntad de intromisión en la política de un país soberano en nombre de la democracia y los intereses de la República. El ensayo revela un amateurismo notable, como muchas cosas en Azaña, y una voluntad de injerencia que, con toda probabilidad, los progresistas encontrarán justificable por ser quien era su promotor.

Se ha aclarado aún más el papel de Azaña en los días posteriores a las elecciones de 1933. En su espléndido estudio Los orígenes de la Guerra Civil Española, Pío Moa ha subrayado que Azaña, como ya se tenía noticia a través de otros documentos, quiso que el jefe del Estado, Alcalá-Zamora, suspendiera la reunión de las Cortes recién elegidas, constituyera un gabinete con los partidos de izquierda y organizara otra consulta electoral. Era la propuesta, dice Pío Moa con razón, de "un golpe de Estado en regla".

Azaña, siguiendo el reflejo clásico de la izquierda progresista española, no reconocía a la derecha legitimidad ninguna para gobernar en democracia. Más aún, la República, según Azaña, sólo podía ser gobernada por los republicanos. Resultaba inconcebible que la derecha llegara al poder. Conocemos el resultado de este designio al que se sometieron las instituciones, por llamarlas de alguna manera, de la Segunda República. También hay que intentar imaginar cómo Azaña pensaba gobernar "en republicano" con las Cortes cerradas por decreto presidencial y luego ganar unas elecciones habiendo censurado el resultado de las que habían dado por resultado una estrepitosa derrota de la izquierda, en particular de su propio partido…

Aparece aquí otro rasgo fundamental del personaje, que es la frivolidad. Esa misma frivolidad caracteriza su posición a primeros de octubre de 1934, cuando se queda en Barcelona tras el entierro de Carner, ministro de Hacienda con él y uno de los escasos personajes que no trata en tono despectivo en las Memorias. Eran los días previos al intento de revolución socialista y a la proclamación del Estado catalán en Barcelona. Los estudios posteriores a la edición de 1998 de esta biografía confirman lo que aquí se dice. Que Azaña, sin adherirse a lo que le parecía una estupidez y, además, la quiebra de cualquier consenso constitucional por parte de la izquierda, no se quedó del todo en vano en Barcelona. Tal vez podía aprovechar lo que se ha llamado un "pronunciamiento pacífico".

¿Qué será eso de un "pronunciamiento pacífico"? ¿Se puede violentar las instituciones sin recurrir a la fuerza? ¿Qué valor tienen entonces las instituciones democráticas? ¿Y a quién o a qué recurren quienes se sienten amparados, en su vida y su libertad, por esas mismas instituciones violentadas "pacíficamente"? El caso es que aquel "pronunciamiento pacífico", al que Azaña tan ambiguamente no prestó nunca su apoyo, arruinó cualquier credibilidad democrática que le quedara a la izquierda española en los años treinta y socavó, en consecuencia, los fundamentos mismos del régimen republicano. También provocó la muerte de unas cincuenta personas en Barcelona.

La inconsistencia de la posición de Azaña en aquellos momentos aclara el alcance de su voluntad de participar y encabezar el Frente Popular. A él le gustaba hablar del Frente Popular como de una "coalición electoral". No era sólo eso. Azaña, que no podía dejar de saber la naturaleza revolucionaria de la sublevación socialista del año 34, se alió con el PSOE en un proyecto sobre cuya voluntad antiliberal y antidemocrática tampoco albergaba la menor duda.

Los estudios más recientes sobre las víctimas y la represión de la Guerra Civil, en particular la ejercida en el Madrid republicano, han precisado la atrocidad de la violencia desatada por los "defensores de la legalidad republicana". Confirman todas y cada una de las observaciones que Azaña dejó anotadas en sus cuadernos de Memorias, en los llamados Apuntes de memoria y en La velada en Benicarló.

Está claro que Azaña dio por terminada la Segunda República al derrumbarse el Estado tras la sublevación del 18 de julio. Entonces llegó aquella extraña revolución que no quería tomar el poder y se desvaneció cualquier asomo de legalidad. Azaña mismo, presidente de una revolución que había hecho suya sabiendo que no lo era, se sabía acosado, maniatado y censurado. No albergaba duda alguna acerca de la suerte que le tocaría correr a él mismo si ganaban "los suyos". Como mínimo, el exilio.

Así que huyó de Madrid a Cataluña en vez de a Valencia, donde ejercía el gobierno, que también había huido del Madrid asediado. Azaña ni siquiera se instaló en Barcelona. Lo hizo en la abadía de Montserrat. Quien se había puesto al frente de los "batallones populares" para guiarlos en el camino de la libertad y el progreso se preparaba con cuidado la vía de salida. Se fiaba tan poco de sus correligionarios como de los adversarios, aquellos que había hecho todo lo posible por convertir en enemigos. Aquella tragedia era, en muy buena parte, obra suya y Azaña, a diferencia de muchos de sus seguidores, lo sabía bien.

Más aún, se había propuesto expiar su responsabilidad. Probablemente por eso, descontada la cobardía, no dimitió de la Presidencia de una República en la que ya no creía, como no creyó nunca en el Frente Popular. Sabía el papel que estaba jugando, que era prestar legitimidad a una causa que consideraba derrotada y peor aún, perdida ante la Historia. Pero es que antes había puesto todo su empeño en convertirse en el rostro de un régimen que se propuso desde el primer momento, desde el mismo 14 de abril de 1931, eliminar a una parte de España de la vida pública.

En pura lógica, aquel régimen desembocó en una guerra civil y acabada esta en otro régimen que debía ser radical, represivo y duradero, fuera cual fuera el desenlace del conflicto. Después de la experiencia de la Segunda República y la guerra civil –un bloque, como dijo Clemenceau de la Revolución Francesa–, no quedaba otra alternativa.

A Azaña le atormentaba, mucho antes de la guerra civil, una culpabilidad avasalladora. Se especializó en proyectarla sobre los demás y sobre la realidad que le rodeaba, sin llegar a anularla nunca. La inteligencia –la inteligencia republicana– quedó así convertida en resentimiento, un resentimiento contra todo o contra nada, incapaz de ser satisfecho. Azaña hizo de esa tensión, jamás resuelta, entre la voluntad de exoneración y la seguridad íntima de ser el protagonista de algo inconfesable, la raíz de su literatura y de su posición política. La aplica a los agustinos del Escorial en El jardín de los frailes, pulverizados en una pura parodia. También al liberalismo español –y a la figura de su padre– en la novela inacabada Fresdeval. A la historia entera de España y sus tradiciones, sobre las cuales "ninguna obra podemos fundar". A sus colaboradores en el proyecto de rectificación que fue la Segunda República y, una vez desplomado el nuevo régimen, a las ruinas que aquella "empresa de demoliciones" había dejado en el camino.

Un proyecto parecido se ha puesto en marcha desde 2004, con la legislatura socialista. El presidente del Gobierno español vuelve a querer hacer borrón y cuenta nueva de la historia de España. Como Azaña, aunque sin su talento literario, alucina la fundación de una España inédita y se permite soñar, en democracia, con el arrinconamiento definitivo de sus adversarios políticos, a los que, según el, la democracia española nada debe. Será una nueva versión de otros "pronunciamientos pacíficos".

Las referencias a la Segunda República (...) han abundado cada vez más en estos últimos años. Salen a relucir banderas y retratos, algunas invocaciones, ciertas frases y eslóganes escogidos. No todas, ni mucho menos. Hay medio-biografías de Azaña que se han quedado sin completar, por lo que se ve para siempre. Es curioso que los progresistas demuestren tan poco interés por biografiar en serio a sus héroes. Bien es cierto que el caso Azaña resulta particularmente peligroso. Pocas críticas más duras se habrán formulado de la Segunda República y del proceso revolucionario y criminal que se puso en marcha en 1936.

No es sólo un análisis claro y contundente, como cuando Azaña se declara "absolutamente incompatible" con un documento en que "se habla de republicanos españolescatalanes y vascos". Hay más. Azaña nunca dejó de hablar, con nombres y apellidos, de los llamados "defensores de la legalidad republicana". El "gordo", el "corchotaponero", el "piafante", "Napoleonchu" y el "yerno del cochero" son algunos de los motes que le merecen los más eminentes miembros de aquella elite que iba a salvar la libertad en España.

El progresismo español, que prefiere ignorar estos accidentes, construye un altar a un santo (laico, obvio es decirlo) cuya santidad jamás habría sido reconocida por el propio beatificado. En el fondo, los que se salvan a sí mismos son los propios progresistas. Más felices que Azaña, carecen de su mala conciencia y se reconcilian a su costa con un pasado falsificado. Se ve que estos neorrepublicanos no siguen el consejo de su mentor:
Si hemos de pasar como españoles de muerte a vida –recomendó Azaña–, si nuestro país no ha de ser un pudridero donde la víctima y el verdugo se corrompan juntos, si ha de lograrse una transfiguración del espíritu nacional (…) será volviéndose de cara a la realidad del sentir español (…), quemando no solamente las bambalinas y los bastidores, sino la letra y la solfa de las representaciones caducadas.
Hay quien dice que esa actitud es nueva, propia de estos últimos años del nuevo socialismo radicalizado en torno al 2002. Es posible, pero el sectarismo estaba ahí mucho antes. Los progresistas españoles no han aceptado jamás ninguna versión de los hechos, en particular de la Segunda República y la guerra civil, que no fuera la suya, aquella que los deja limpios de cualquier responsabilidad. Mi primer libro sobre Azaña, que estudiaba la evolución de su pensamiento hasta 1930, fue bien acogido. No planteaba, obviamente, ningún problema. La primera versión de esta biografía fue acogida ya con silencio. La segunda, así como los estudios previos, ni siquiera aparece en algunas bibliografías presuntamente académicas o universitarias. Lo mismo ocurre con otros trabajos, míos también y de otros muchos. Ese es y ha sido siempre el auténtico rostro de la tolerancia y la fidelidad a la verdad de que hacen gala los progresistas en España. La historia de este libro es también la biografía de ese otro resentimiento inagotable. Sus obras conforman hoy el paisaje vital y político de los españoles.

El resultado, en cuanto al pasado, es paradójico y un poco grotesco. No se puede hablar de ciertas cosas, porque sólo los progresistas tienen la legitimidad para hacerlo, pero como los progresistas no lo van a hacer, porque si se ponen a trabajar se enfrentarán a una verdad que no quieren ver, buena parte de los abuelos de los progresistas se quedan en el limbo de los intocables. Por ejemplo, está prohibido hablar de la posible homosexualidad de Azaña… excepto desde postulados progresistas. O bien es un asunto irrelevante (pero en una biografía nada lo es: vuelven aquí los prejuicios contra la homosexualidad vigentes en la izquierda hasta hace bien poco), o bien se convierte al personaje en protomártir del Orgullo gay… Mejor dejarlo aquí.
No era esa la actitud de algunos españoles que nos dejamos fascinar, hace años, por la figura de Azaña. Compartí esa atracción con personas como Federico Jiménez Losantos y José María Aznar, aunque hablo única y exclusivamente, como es natural, de mi propia experiencia. A mí me atrajo en primer lugar la prosa de Azaña, tan clásica y al tiempo tan castiza, tan profundamente española, encerrada en los cuatro gruesos volúmenes que destacaban por su cubierta morada en la biblioteca del estudio de mi padre, que se los hizo traer de México a finales de los años sesenta.
También fue un desafío comprender de verdad lo que se estaba diciendo en aquel español nuevo para mí. Había, era obvio, algo oscuro y profundamente contradictorio en lo que allí se estaba expresando. Desentrañarlo no fue tarea fácil. La prosa de Azaña, como la de los grandes escritores autobiográficos, esconde aquello a lo que apunta. En su caso, da forma a una violencia inaudita, siempre dirigida contra un objeto espléndidamente adornado, para mejor disimular el íntimo alivio con que el autor recibe la brutalidad con la que le rebota el improperio.

Al final, una vez apurado el esfuerzo de comprensión de la auténtica realidad que toda aquella escenografía ocultaba y desvelaba a la vez, quedó el patriotismo de Azaña, la evocación de una España por encima de cualquier régimen y fundada en la voz de los muertos, los muertos por España, que imploran "paz, piedad y perdón" de sus compatriotas empeñados en continuar la carnicería.

La posibilidad de un patriotismo liberal, racionalizado y al tiempo enraizado en una vivencia histórica, inmediata y sentimental de la identidad nacional fue lo que nunca dejó de atraerme de Azaña. Hoy, después de muchos años sin volver a tratar la figura, y a pesar de que los estudios más recientes han ennegrecido aún más el personaje, esa emoción sigue ejerciendo su seducción. Es posible que surja sólo de un fabuloso dominio de los medios expresivos. También lo es que allí se expresara algo más.

El caso es que nosotros nos acercamos, con curiosidad, con interés, con respeto e incluso con devoción, a la obra y a la figura de Azaña. Pronto, en cuanto aparecieron las contradicciones del personaje y de su legado, llegaron las descalificaciones personales, los insultos, el silencio. Ni una sola vez ha habido un intento de diálogo, una aproximación amistosa o movida por la simple curiosidad. Los progresistas, ya lo sabemos, no se resignan a perder el monopolio de la historia y aspiran a promulgar la ley del silencio.

No ha sido así, gracias a Dios. Sin duda que Azaña no es ni representa aquello que yo creí en un momento dado. Pero ni su prosa, ni su obra memorialística, ni sus discursos ni su significado en la historia de mi país van a depender de lo que digan de él unos progresistas empeñados en falsificar y en mentir. No hay monopolios sobre la historia de España. Tampoco sobre la vida y la obra de don Manuel.

ALDEBARAN 21

ASENTAR LA DEMOCRACIA PASA POR RECORDAR LA HISTORIA.

J. Cabeza

Allá por el año 2000, Carlos Bustelo exponía: las últimas intervenciones de Felipe González atribuyéndose el mérito de la transición no es nuevo, comenzó el día de su victoria electoral de 1982. Ello fue posible gracias a la autodestrucción de la U.C.D. y la actitud pasiva de A.P. (Alianza Popular), no se levantó una voz para protestar ante tal impostura histórica. Se permitió así que arraigara en la gente la creencia de que había elegir entre demócratas progresistas (se autodenominaban) y franquistas.

Cualquiera con edad y memoria, puede dar fe de los asertos de Bustelo. Las pretensiones del PSOE entonces pequeño partido en la transición y sin apenas organización, resultan falsas.

Bustelo terminaba con optimismo: “las elecciones no se podrán ganar al rebufo de un antifranquismo inventado”.

Ocurrió lo contrario, el PSOE no ha cejado en su lucha por apoderarse de la historia, una propaganda machacona y bien orquestada influye hasta el punto de que muchos jóvenes y adultos, en aquella época, llegan a creer lo contrario de lo que vivieron.

Años después, la revista teórica socialista “sistema” expresaba: la transición se hizo con el concurso del sector reformista del régimen anterior. Ojo, dice con el concurso, no con el protagonismo que le pertenece.

Ejemplos significativos de la operación de propaganda del PSOE en los primeros años del poder consistió en una serie documental sobre la Guerra Civil, con el asesoramiento del  historiador Tuñón de Lara, supo formar una escuela de intelectuales y profesores que predominó en las Universidades y Enseñanza Media. Con el terreno así abonado, el PSOE pudo lograr victorias psicológicas y políticas como las de sus “100 años de honradez”.

En la transición nadie les relacionaba en serio con el movimiento contra la dictadura, y sus radicalismos verbales eran considerados retórica oportunista.

Conviene saber que las dos amnistías de la transición, salieron a la calle los presos políticos (entre 300 y 400) para un país de 36 millones de habitantes, en su gran mayoría eran comunistas o miembros de grupos terroristas, en los últimos años de la transición no había un solo dirigente socialista en las cárceles españolas. En este periodo el PSOE se reorganizaba con evidente tolerancia del poder, el cual tendía a ver en el PSOE un contrapeso frente al PCE; era un partido marxista (totalitario).

Terminada la Guerra Civil, el PSOE no se planteó una resistencia organizada en España, sus líderes exiliados Prieto y Negrín, estaban entonces ocupados en sus disputas por la posesión del célebre cargamento del “yate Vita” llevado a México (fabuloso cargamento expoliado al patrimonio artístico e histórico nacional, a particulares la Iglesia y los Montes de Piedad por las Brigadas de saqueo). El control de todo esto, cuantificado parcialmente por el socialista Amaro del Rosal era en total incalculable, y tenía la mayor importancia para hacerse con el control político de los exiliados. El SERE de Negrín y la JARE de Prieto. En la pugna por el botín, Prieto demostró más destreza, poniéndose de acuerdo con el Presidente mexicano Cárdenas (conocido por su corrupción), se hizo con el tesoro; mientras Negrín protestaba.

Hay documentación muy extensa para entrar en más detalles como es el ejemplo del epistolario Prieto-Negrín.

La mayoría de los republicanos, socialistas como anarquistas, tenían pésimos recuerdos de su alianza con el PCE en el Frente Popular, no en vano, se habían alzado contra él y Negrín en una Guerra Civil dentro de la Guerra Civil. Por esta razón, Negrín se vio progresivamente relegado, pese a disponer de muchos otros fondos del mismo origen que los llevados a México.

Prieto muy anticomunista, ganó la dirección del partido del PSOE en el exilio. La política de éste consistió en mantener la influencia sobre los exiliados, aliarse con Martínez Barrios y maniobrar ante los gobiernos hispanoamericanos y anglosajones con vista a los aliados al terminar la Guerra Mundial expulsasen a Franco y volvieran a instalar en el poder al PSOE. Pero todo quedó en nada.

USA e Inglaterra en aquellos momentos deseaban hundir a Franco e hicieron lo posible, menos invadir España como deseaban muchos exiliados, el porqué lo explicaría Churchill: tal acción llevaría al país (España) a una nueva Guerra Civil e indeseable cuando Francia e Italia pasaban hambre, con la economía desarticulada y con partidos comunistas muy potentes. Buscarse una complicación más es España repercutiría desastrosamente sobre sus planes por estabilizar la Europa Occidental.

Fracasadas  las esperanzas de volver a España aupados por los tanques aliados, los líderes socialistas tantearon posibilidades diplomáticas que tampoco fructificaron. Con lo que dentro de España se redujo a casi nada la presencia del PSOE y de la UGT. Debe recordarse que la terminación de la propia Guerra Civil, con las izquierdas enfrentadas a tiros entre sí, había también desacreditado aquellos partidos y a sus líderes.

Es curioso que la memoria histórica no diga nada sobre esto con la cantidad de libros y documentación que existen al respecto, como más curioso es que entre los llevados a México, Francia y Rusia del patrimonio nacional, como las reservas del oro español que no volvió jamás a España, en dicha memoria se requiera devolver a los sindicatos CC.OO o Esquerra Republicana Catalana lo que  Franco les expropió, sin una sola mención a lo sustraído y llevado fuera de España del patrimonio nacional.

En fin, una vez más, todo esto es lo que la memoria histórica por Ley quiere ocultar, borrar o sacar de la historia de todos.

domingo, 15 de enero de 2012

ENIGMAS HISTÓRICOS







El resultado de la fallida revolución de 1917fue, posiblemente, mucho más relevante de lo que se ha pensado durante décadas. La derrota de anarquistas, socialistas, nacionalistas, republicanos y socialistas y, sobre todo, la benevolencia con que fueron tratados por el sistema parlamentario no se tradujeron en la integración de aquellos en éste.
Por el contrario, ambas circunstancias crearon en ellos la convicción de que eran extraordinariamente fuertes para acabar con el parlamentarismo y de que éste, sin embargo, era débil y, por lo tanto, fácil de aniquilar. Para ello, la batalla no debía librarse en un Parlamento fruto de unas urnas que no iban a dar el poder a las izquierdas, porque éstas carecían del suficiente respaldo popular, sino en la calle, erosionando un sistema que, tarde o temprano, se desplomaría. En otras palabras, las fuerzas republicanas no creían en una conquista democrática del poder, sino en una visión golpista –calificada eufemísticamente de revolucionaria– que colocara los resortes de la política nacional en sus manos.

No podemos detenernos en examinar meticulosamente los últimos años de la Monarquía parlamentaria. Sin embargo, debe señalarse que el análisis llevado a cabo por los miembros de la visión antisistema republicana pareció verse confirmado por los hechos. Hasta 1923 todos los intentos del sistema parlamentario de llevar a cabo las reformas que necesitaba la nación se vieron bloqueados en la calle por la acción de republicanos, socialistas, anarquistas y nacionalistas, que no llegaron a plantear en ninguno de los casos una alternativa política realista y coherente: sólo se dedicaron a desacreditar la Monarquía constitucional y apuntar a un futuro que sería luminoso, simplemente, porque en él se daría la república, la dictadura del proletariado o la independencia de Cataluña.

La dictadura de Primo de Rivera (1923-30) –un intento de atajar los problemas de la nación partiendo de una idea concebida sobre la base de una magistratura de la antigua Roma– fue simplemente un paréntesis en el proceso revolucionario. De hecho, durante la misma la represión se dirigió contra los anarquistas, pero el PSOE y la UGT fueron tratados con enorme benevolencia –siguiendo la política de Bismarck con el SPD alemán–, y Largo Caballero, que fue consejero de Estado, y otros veteranos socialistas llegaron a ocupar puestos de considerable relevancia en la Administración. A pesar de todo, el final de la década vino marcado por la concreción de un sistema conspirativo republicano que, a pesar de su base social minoritaria, acabaría teniendo éxito.

Desde febrero a junio de 1930, conocidas figuras hasta entonces identificadas con la Monarquía parlamentaria, como Miguel Maura Gamazo, José Sánchez Guerra, Niceto Alcalá Zamora, Ángel Ossorio y Gallardo y Manuel Azaña, abandonaron su defensa para pasarse al republicanismo y, de manera apenas oculta, al golpismo. Finalmente, en el verano de 1930 se concluyó el Pacto de San Sebastián, donde se fraguó un comité conspiratorio oficial destinado a acabar con la Monarquía parlamentaria y sustituirla por una república.

La importancia de este paso puede juzgarse por el hecho de que los que participaron en la reunión del 17 de agosto de 1930 –Lerroux, Azaña, Domingo, Alcalá Zamora, Miguel Maura, Carrasco Formiguera, Mallol, Ayguades, Casares Quiroga, Indalecio Prieto, Fernando de los Ríos...– se convertirían unos meses después en el primer Gobierno provisional de la República.

La conspiración republicana comenzaría a actuar desde Madrid, a partir del mes siguiente, en torno a un comité revolucionario presidido por Alcalá Zamora, un conjunto de militares golpistas y prorrepublicanos (López Ochoa, Batet, Riquelme, Fermín Galán...) y un grupo de estudiantes de la FUE capitaneados por Graco Marsá. Por si fuera poco –y como había sucedido en las décadas anteriores–, la masonería prestó su ayuda con enorme entusiasmo, convencida de que tenía al alcance de la mano la posibilidad de crear un régimen a hechura suya.

Con todo, debe señalarse que el movimiento republicano quedaba reducido a minorías, ya que incluso la suma de afiliados de los sindicatos UGT y CNT apenas representaba al 20 por ciento de los trabajadores y el PCE, nacido unos años atrás de una escisión del PSOE, era minúsculo. En un triste precedente de acontecimientos futuros, el comité republicano fijó la fecha del 15 de diciembre de 1930 para dar un golpe militar que derribara la Monarquía e implantara la República.

Resulta difícil creer que el golpe hubiera podido triunfar, pero el hecho de que los oficiales Fermín Galán y Ángel García Hernández decidieran adelantarlo al 12 de diciembre, sublevando a la guarnición militar de Jaca, tuvo como consecuencia inmediata que pudiera ser abortado por el Gobierno.

Juzgados en consejo de guerra y condenados a muerte, el Gobierno acordó no solicitar el indulto de los golpistas, y el día 14 Galán y García Hernández fueron fusilados. El intento de sublevación militar republicana llevado a cabo el día 15 en Cuatro Vientos por Queipo de Llano y Ramón Franco no cambió en absoluto la situación. Por su parte, los miembros del comité conspiratorio huyeron (Indalecio Prieto), fueron detenidos (Largo Caballero) o se escondieron (Lerroux, Azaña).

En aquellos momentos el sistema parlamentario podría haber desarticulado con relativa facilidad el movimiento golpista formado por los republicanos, mediante el sencillo expediente de exponer ante la opinión pública su verdadera naturaleza a la vez que procedía a juzgar a una serie de personajes que, en román paladino, habían intentado derrocar el orden constitucional mediante la violencia armada de un golpe de Estado.

No lo hizo. Por el contrario, la clase política de la Monarquía constitucional quiso optar precisamente por el diálogo con los que deseaban su fin. Buen ejemplo de ello es que, cuando Sánchez Guerra recibió del rey Alfonso XIII la oferta de constituir Gobierno, lo primero que hizo aquél fue personarse en la cárcel Modelo para ofrecer a los miembros del comité revolucionario encarcelados sendas carteras ministeriales.

Con todo, como confesaría Azaña en sus memorias, la República parecía una posibilidad ignota. El que se convirtiera en realidad se iba a deber no a la voluntad popular, sino a una curiosa mezcla de miedo y de falta de información. La ocasión sería la celebración de unas elecciones municipales en abril de 1931. Tras las mismas, los republicanos –que perdieron clamorosamente–, de manera antidemocrática lograron provocar un cambio de régimen.

Y es que los republicanos españoles no eran demócratas sino antisistema, utópicos, seres convencidos de que gozaban de una legitimidad derivada de su superioridad moral y política. Ese sentimiento de hiperlegitimidad les permitía, a su juicio, derrocar un sistema parlamentario y sustituirlo por otro que abriera el camino a sus respectivas utopías. Su carencia de convicción democrática y sus objetivos incompatibles explican sobradamente las terribles convulsiones y el fracaso final de la II República.

ALDEBARAN 20

LA TRANSICIÓN SUPONÍA UNA EVOLUCIÓN

J. Cabeza

En el último artículo comentamos parte de la trayectoria de Carrillo a su paso por la transición, y en ésta seguiremos hoy. Vimos su intento fallido de volver a la guerra civil mediante el maquis. Y en la tradición estalinista hizo liquidar a bastantes comunistas que juzgó desafectos. El fracaso del maquis no determinó el de Carrillo; vimos como infiltraba en los sindicatos franquistas y en los medios universitarios a comunistas a la búsqueda de acuerdos a opositores al régimen. De ahí saldrían tácticas como el pacto para la libertad, la asamblea de Cataluña o la Junta Democrática (que también la desarrollaremos). Año tras año contó con derrocar a Franco, superó peligrosas tensiones internas del PCE, incluso alguna maniobra del Kremlin; su talante estalinista siguió vivo en él. Al comenzar los crímenes de la ETA, Carrillo los calificó de acciones justa, apoyaba a cualquier fuerza contraria al franquismo, desde los terroristas a Areilza pasando por los democristianos o los carlistas, con vistas a implantar, finalmente, “un socialismo real”. Coincidía con el clero progresista que también respaldaba a enemigos del régimen. Esta afinidad haría pensar a Carrillo que el socialismo real (la dictadura proletaria) podría llegar con la cruz en una mano y la hoz y el martillo en la otra.

Ya en 1972 hacía estos análisis: el PCE estima que la concesión de la dictadura del proletariado como periodo de la transición del capitalismo al socialismo no ha sido superada… No renunciamos a la violencia revolucionaria…

En el libro-entrevista “Mañana España” exponía: la URSS y los demás países socialistas están en condiciones de hacer frente al mundo imperialista, la única teoría que conserva su actualidad es el marxismo.

Menos reconciliador aún decía un mes antes de la muerte de Franco hablaba a la periodista Oriana Falleci: si la revolución va a tener necesidad de la violencia en España, estaré pronto para ejercitarla. Se preguntaba que posibilidad tiene Juan Carlos, todo lo más ser Rey por algunos meses.

En 1976 entró clandestinamente en España, mientras la oposición empujaba cuanto podía hacia la ruptura. Nuevamente en balde. La realidad alejaba sus esperanzas, el declive revolucionario portugués y la promoción del Psoe le hicieron ver definitivamente que sólo si hacía creíble  su moderación y cierto distanciamiento de la URSS, podría contar con cierto protagonismo. Contra ello pesaba su vinculación inocultable con los países comunistas, el recuerdo aún vivo del historial del PCE y de él mismo, y la desconfianza ante sus tradicionales cambios de tácticas. Por otra parte, el PCE era más fuerte que el resto de la oposición junta y quizás con capacidad de movilización, huelga y manifestaciones. Por eso, la actitud  franquista oscilaba entre rechazarla como el enemigo de siempre o admitirlo con vistas a domesticarlo. Ya Juan Carlos había dado pasos en tal sentido. En estos dilemas tendría que desenvolverse Carrillo, hombre por demás vanidoso.

Para que haya democracia tiene que haber demócratas, la transición recibió el ataque de una oposición que se empeñaba en una ruptura y fracasó, lo sorprendente fue que mientras el régimen se liberalizaba, la oposición se volvía más radical y violenta. Para ver hasta qué punto la oposición antifranquista simpatizó con el totalitarismo soviético vale la pena reflejar su reveladora respuesta a unas declaraciones del escritor y premio nobel Alexander Solzhenitsin, uno de los grandes testigos de la barbarie totalitaria del siglo XX, en televisión en Marzo de 1976 dijo: ¿saben ustedes lo que es una dictadura…? Los españoles son libres para residir en cualquier parte. Nosotros, los soviéticos no podemos hacerlo en nuestro país; estamos amarrados a nuestro lugar de residencia por el registro policial, la autoridades deciden si tengo derecho a marcharme o no. Los españoles son libres para ir al extranjero, en nuestro país estamos como encarcelados. En España he podido ver en los kioscos periódicos extranjeros. Si en la Unión Soviética se vendiesen, se verían docenas y docenas de personas por procurarse uno. En vuestro país dentro de un cierto límite, se toleran las huelgas, en el nuestro y en sesenta años de existencia de socialismo, jamás se autorizó una sola huelga; los movimientos huelguísticos de los primeros años de poder soviético fueron acribillados por ametralladoras.

Estas frases provocaron una reacción furiosa, no sólo en el PCE, sino en intelectuales o políticos como Juan Benet, que escribió en Cuadernos para el diálogo: mientras existan personas como Alexander los campos de concentración deben subsistir. Tal vez debieran estar mejor guardados, a fin de que personas como él no puedan salir de ellos.

Meses después preguntado en El País en Mayo del 76 sobre su artículo respondió: no sólo me ratifico en lo dicho, sino que a la vista de las reacciones, creo que fuí tímido.

El premio nobel ruso quedó cubierto de insultos e improperios canallesco. Indecente ultraje contra quien osaba decir simplemente la verdad y lo que había vivido.

Andaba mezclados muchos intelectuales de los que se llamaban progres y otros como Camilo José Cela que buscaban congraciarse con la nueva situación.

Otro hecho histórico de las libertades y democracias: con la apertura de los archivos soviéticos salieron a la luz muchos documentos, uno de ellos es una carta que Stalin escribió en el 36 a Largo Caballero, entonces Presidente de la República, donde le dijo: ya que no sois democracia, habrá que fingirla…La respuesta de Largo en el 37 fue: gracias por tu ayuda, pero ningún español tiene el menor deseo de que España sea una democracia.

La Asociación por la Memoria Histórica no se para en barras, un ejemplo de profesionalidad: Septiembre de 2003, la Asociación anunció que sus expertos habían comenzado la exhumación de cuerpos humanos en Órgiva (Granada), anunciaron que los restos hallados eran de gentes progresistas, demócratas, asesinada por los nacionales en la Guerra, incluso aparecieron testigos; calculaba entre 2300 o más víctimas. El País dedicó en portada una página completa al hallazgo. Al día siguiente en media columna daba la noticia de que esos restos eran de perros y especies caprinas, según los forenses. El Psoe siguió subvencionando a esta Asociación.

En Julio y Agosto de 2006, con motivo de la aprobación de la Ley de M.H. El País volvió a anunciar como fosa común como víctimas del franquismo a las de Órgiva, ignorando su propio desmentido en el 2003. Un ejemplo más de cómo se escribe la historia.

domingo, 8 de enero de 2012

PINOCHO


Mientras el Partido Popular mantenía una actitud ambigua por lo inesperado de la derrota electoral del 14 de marzo, millones de españoles que se sentían huérfanos y que veían a diario la manipulación del Gobierno Zapatero acudieron a refugiarse a la cadena COPE, como único reducto en el que todavía podían escuchar la verdad de lo sucedido.

De ello fueron muy conscientes en La Moncloa, y por ello no tardaron en montar las primeras campañas contra la cadena. Curiosamente, los síntomas iniciales eran bien diferentes. El recién investido presidente del Gobierno acude a la COPE el 11 de mayo de 2004; dos meses después de los atentados de Madrid, Zapatero está en La Mañana de Federico Jiménez Losantos. Según él, como prueba de su deseo de regeneración democrática, aunque, a decir verdad, es evidente que en La Moncloa todavía piensan que tratando bien a los medios críticos pueden tenerlos convenientemente domesticados.

La entrevista es correcta y educada, pero la COPE no cae en ningún "encantamiento zapateril". Federico Jiménez Losantos en La Mañana, César Vidal en La Linterna y toda la programación de la emisora, servicios informativos incluidos, mantienen una actitud crítica hacia el poder y ante las evidentes irresponsabilidades y actitudes sectarias del Gobierno de Zapatero.

Las primeras pruebas de que el Gobierno está cada vez más molesto por que existan medios de comunicación críticos con su gestión aparecen en la portada del diario El País el 6 de diciembre de 2004. Desde las páginas del buque insignia de Prisa se acusa al Grupo Risa, colaborador habitual de La Mañana de Federico Jiménez Losantos, de tener una página en internet donde aparecen semidesnudas algunas ministras del Gobierno de Zapatero.

Aquella portada vino acompañada por la protesta –decían que enérgica– de la directora general de Asuntos Religiosos, Mercedes Rico. Era –como después se demostró– una portada basada en la manipulación, en la mentira y en la mala intención, pues cuando el diario El Paíspublicó esa noticia omitió intencionadamente que un mes antes Mercedes Rico había intercambiado algunas cartas con el portavoz de la Conferencia Episcopal, Juan Antonio Martínez Camino. Ese intercambio epistolar había dejado claro para las dos partes que esa página nada tenía que ver con el Grupo Risa ni con la COPE.

Un mes después de la aclaración, el Gobierno vuelve al ataque y filtra de nuevo la noticia al diario El País, para hacer ruido sobre un asunto que era pura mentira. Incluso Mercedes Rico –en una actitud que sólo se entiende desde la caradura– vuelve a protestar, cuando estaba todo aclarado desde hacía semanas, lo que deja al descubierto las verdaderas intenciones de un Gobierno que utiliza sin escrúpulos a los medios de comunicación amigos y que miente sin reservas cuando las necesidades del guión así se lo piden.

Nunca, ni el diario El País, ni la directora general para Asuntos Religiosos ni el Gobierno, que utilizó de forma compulsiva esta mentira, han pedido disculpas. Un ejemplo claro de dónde tiene puesto el listón de la honradez este Ejecutivo: en el desván de los recuerdos.

Esta historia del Grupo Risa, que, como se demostró de forma inmediata, fue un montaje del Gobierno, sirvió sin duda como aviso de lo que podía llegar, puesto que no parece haber ningún freno para impedir la mentira si ésta puede hacer daño al enemigo. El Ejecutivo de Rodríguez Zapatero, con pleno consentimiento, con su absoluto apoyo, ha utilizado y utiliza la mentira siempre que lo necesita. No les importa nada, siempre y cuando piensen que lo que hagan les pueda beneficiar. Y, desde luego, lo que está comprobado es que no aceptan la crítica bajo ningún concepto; ante ella, la reacción es imprevisible.

El aviso dado por el Gobierno a la COPE con la falsa polémica del Grupo Risa cobró fuerza después del verano de 2005. En ese momento se iniciaba una auténtica ofensiva por tierra, mar y aire contra la COPE y sus más importantes comunicadores, Federico Jiménez Losantos y César Vidal. Desde el grupo Prisa, desde El Periódico de Catalunya y desde el diario Avui se puso en marcha una permanente campaña de insultos, descalificaciones y mentiras contra la COPE, contra la propiedad de la cadena y contra la misma audiencia de la emisora.



Intentaban dividir, pretendían involucrar al episcopado español, y buscaban, como tantas otras veces, mezclar churras con merinas para hacer el mayor daño posible. Los resultados no pueden ser más contrarios a lo esperado, pues la cadena COPE aguanta los embates con una subida de audiencia y con un importante éxito publicitario.

A esta campaña iniciada desde el grupo Prisa le faltaba la bendición del Gobierno, y ese beneplácito llegó poco después, el 27 de octubre, en un desayuno informativo del ministro de Industria, José Montilla, durante el cual, sin previo aviso y sin que mediara pregunta alguna, arremetió contra la COPE: "Lanza mensajes que incitan al odio, la división y la confrontación y que sólo hacen sembrar cizaña e ir contra los valores que en teoría defienden los titulares de la cadena".

Estas palabras de Montilla, sin duda perfectamente estudiadas y diseñadas, eran el aviso para que la veda se abriera. Y así fue desde todos los medios de comunicación oficiales, por parte de todos los tertulianos cercanos al Gobierno y todos los periodistas que antes de escribir piden permiso a La Moncloa. Se lanzaron contra la COPE sin orden ni concierto. Era el enemigo a batir y, por lo que parece, todo valía. Y, desde luego, más torpes no pudieron ser. Lejos de hacer daño, consiguieron fortalecer a la COPE, convirtiendo a esta cadena en una referencia diaria para todos. Escuchar la COPE era ya una obligación.

A la campaña se unieron inmediatamente todo tipo de meritorios, el más surrealista –como tantas otras veces– el democristiano Duran i Lleida, que desde la tribuna del Congreso llegó a llamar "mercenarios" a los trabajadores de la emisora. Desde luego, escuchar esto en un político que se ha ido ofreciendo de ministro a los distintos Gobiernos, ya fueran socialistas o populares, no deja de resultar paradójico.

La actitud del Gobierno Zapatero de abrir la temporada contra la COPE produjo un primer efecto al día siguiente de las palabras de Montilla. El 28 de octubre se recibió un aviso de bomba contra la emisora, mientras se emitía el programa de Federico Jiménez Losantos. Durante unos minutos se corta la emisión, el edificio es desalojado y finalmente todo queda en nada. La Mañana vuelve a la antena con Jiménez Losantos, que en ningún momento había abandonado el estudio. Lo cierto es que aquel aviso, más allá de sus efectos concretos, representa una actitud avalada por Zapatero: todo vale contra la COPE.

En plena campaña contra la COPE y poco antes de Navidad se produjo otro episodio que el Gobierno utilizó con la mala intención habitual hacia aquellos que ejercen su libertad de expresión. El miércoles 21 de diciembre el Grupo Risa emite una entrevista con el presidente electo de Bolivia, Evo Morales. En esa entrevista Morales cuenta cómo el Gobierno Zapatero le había prometido un trato preferente si ganaba las elecciones.

La entrevista es emitida en La Mañana, explicándose el contexto y recordándose que este tipo de bromas se habían realizado en muchas ocasiones con otros mandatarios. El Gobierno reacciona de forma furibunda. Piensa que puede hacer daño a la COPE y utiliza toda su artillería. Sin embargo, saben que no hay ninguna ilegalidad en esa entrevista –así lo reconoce Fernando Moraleda en los pasillos del Congreso–, pero están muy enfadados por el ridículo que han hecho.

La noche anterior se había convocado en La Moncloa un gabinete de crisis con la vicepresidenta De la Vega, el ministro Moratinos y el secretario de Estado, Moraleda. Evo Morales, la tarde del martes, en La Paz, comentó durante una rueda de prensa que Zapatero le había telefoneado para felicitarle. En La Moncloa, asustados, sabían que eso no era cierto. El gabinete de crisis baraja varias hipótesis sobre el origen de esa llamada y finalmente piensa que puede ser cosa de los servicios secretos de Estados Unidos, que quieren bloquear la presencia empresarial española en Bolivia. Moratinos se compromete a iniciar una investigación a la mañana siguiente, pero el miércoles por la mañana toda conspiración se desvanece, al escucharse en la COPE la entrevista con Morales.

Desde La Moncloa se ponen en marcha todos los recursos. Quieren hacer daño a la COPE como sea, aunque ciertamente no lo consiguen; al fin y al cabo estamos hablando de una broma, y aunque mueven y remueven todos los circuitos políticos y diplomáticos, al final todo queda en una anécdota, con disculpas incluidas de la cadena, pero sin más trascendencia real.

De todos modos la campaña contra la COPE se generaliza desde todos los estamentos. Uno de los que tiene mayor protagonismo es el CAC, o Consejo Audiovisual de Cataluña, una especie de "comisariado mediático" cuyo único objetivo es controlar y amedrentar a aquellos medios de comunicación críticos con el poder constituido, en este caso con el Tripartito catalán.

En este sentido, el CAC sabe lo que es trabajar contra la COPE, con amenazas permanentes y la supresión de las concesiones de frecuencias en Cataluña. Sin embargo, esta directriz política –muy a su pesar– se encuentra con un cambio de timón: el 29 de noviembre el Tribunal Supremo da la razón a la COPE en un viejo contencioso con la Generalidad de Pujol, y la sentencia indica que la emisora tiene todo el derecho a emitir en Barcelona en FM.

Esa sentencia, que se ha confirmado para el resto de frecuencias de la cadena en Cataluña, para los pies en seco al CAC en su objetivo de acabar con la COPE en la comunidad autónoma catalana. Aun así, desde el "comisariado mediático" no se quiere aceptar la realidad, y el 22 de diciembre emite un informe sobre la COPE en el que se dice que la emisora está vulnerando los derechos constitucionales de libertad de expresión y que, por lo tanto, si mantiene esa actitud, se podría llegar a cerrar en Cataluña.

Aquel informe, que no era más que humo, pretendía aplicar una actitud antidemocrática donde las haya, con el objetivo de cerrar los medios de comunicación molestos para el poder de turno.

Las actitudes dictatoriales del CAC quedaron amortiguadas pocos días antes, cuando el eurodiputado Luis Herrero anuncia en La Mañanasu intención de llevar un escrito, junto con ocho periodistas más, al Parlamento Europeo para denunciar el atropello a la libertad de expresión que se está llevando a cabo en Cataluña con la COPE, pidiendo amparo y defensa de esa libertad ante la evidente intención del Gobierno Zapatero –con todos los instrumentos a su alcance– de acabar con la COPE por ser una voz crítica y de libertad.

El 29 de noviembre de 2005 se anuncia esta medida, y al día siguiente se pone en marcha. La respuesta es impresionante. En pocas semanas se alcanzan las 700.000 firmas de apoyo, recibidas desde todos los puntos de España, de gente de lo más dispar. Muchos aguantan largas colas bajo el frío y la lluvia, todos buscando solamente que el poder político no apague la voz de la libertad.

Pero incluso ante este clamor general intentaron sacar la cabeza los que no entienden de libertad. El 30 de noviembre por la mañana un grupo de cinco militantes de ERC, acompañados por dos diputados –Joan Tardà y Joan Puig– conocidos por su inoperancia parlamentaria y por su activismo callejero, especialmente en el asalto de piscinas como la de Pedro J. Ramírez, se encadenan a la fachada de la COPE en Madrid. Piden el cierre de "la cadena del odio", uno de los lemas más utilizados por los radicales e independentistas contra la COPE. En realidad, una clara muestra de su intransigencia y su incapacidad por entender la libertad de expresión.

A la media hora la policía los desaloja, pero inmediatamente son acogidos en los despachos de ERC en el viejo caserón de la Carrera de San Jerónimo, rompiendo así todos los protocolos de seguridad del Congreso de los Diputados. El presidente de la Cámara, Manuel Marín, no hace nada por impedirlo, tampoco lo condena. Pero lo peor es que el presidente del Gobierno esquiva también cualquier condena al asalto de la COPE, incluso cuando aquella misma tarde fue preguntado en el Congreso, en la sesión de control, por Mariano Rajoy. Por el contrario, Zapatero defiende la actitud de los dos diputados de ERC, en un gesto claramente deplorable de un presidente del Gobierno que no esconde su sectarismo ni su desprecio hacia los que no piensan como él.

A pesar de la mezquindad y del partidismo, la respuesta multitudinaria, sin precedentes y sobrecogedora, de la audiencia de la COPE ante la persecución política marca un antes y un después. Nunca se produjo una respuesta tan rápida y clara de 700.000 oyentes para defender una emisora de radio. Ni el Gobierno de Zapatero, ni el Tripartito catalán, ni el comisariado del CAC ni el líder de la exigua Unió Democràtica, Duran i Lleida, habían pensado que la contestación popular iba a ser tan importante.

Esta actitud de miles y miles de personas ha hecho al Gobierno, al menos por ahora, cambiar la estrategia. Por el momento no se vislumbra cuál va a ser la próxima maniobra, pero, desde luego, quietos no se van a estar. Y mientras tanto, los medios de comunicación del PSOE y todos sus creadores de opinión siguen sembrando de mentiras el día a día de la COPE. Siembran sin ninguna esperanza, puesto que su único objetivo es demoler la libertad de expresión, una meta que, de ser alcanzada, representaría destruir la democracia.


Este texto es un fragmento del capítulo 4 de ZAPATERO: EL EFECTO PINOCHO (La Esfera), el libro de IGNACIO VILLA.