domingo, 21 de abril de 2013

III PARTE DEL LIBRO REBELIÓN EN LA GRANJA

Capítulo VII 

Ese invierno se presentó muy crudo. Los animales se arreglaron como pudieron para la reconstitución del molino, pues sabían bien que el mundo exterior les estaba observando y que los envidiosos seres humanos se regocijarían y obtendrían el triunfo si no terminaban la obra a tiempo. 

Rencorosos, los seres humanos, pretendieron no creer que fue Snowball quien había destruido el molino; afirmaron que se derrumbó porque las paredes eran demasiado delgadas. Los animales sabían que eso no era cierto. A pesar de ello, se decidió esta vez construir las paredes de un metro de espesor en lugar de medio metro como antes. Los animales no podían sentirse optimistas como la vez anterior. Siempre tenían frío y generalmente también hambre. Únicamente Boxer y Clover jamás perdieron el ánimo. Squealer pronuncio discursos magníficos referentes al placer del servicio y la dignidad del trabajo, pero los otros animales encontraron más inspiración en la fuerza de Boxer y su infalible grito: “¡Trabajaré más fuerte!”En enero escaseó la comida. 

Era fundamentalmente necesario ocultar eso al mundo exterior. Hasta entonces los animales tuvieron poco o ningún contacto con Whymper en sus visitas semanales; ahora, unas cuantas ovejas, fueron instruidas para que comentaran que las raciones habían sido aumentadas. Además, Napoleón ordenó que se llenaran hasta el tope con arena los depósitos casi vacíos de los cobertizos y luego fueran cubiertos con lo que aún quedaba de los cereales y forrajes. Mediante un pretexto adecuado, Whymper fue conducido a través de esos cobertizos, permitiéndosele echar un vistazo a los depósitos. Fue engañado, y continuó informando al mundo exterior que no había escasez de alimentos en Granja Animal. A fines de enero era evidente la necesidad de obtener más cereales de alguna parte. En esos días, Napoleón rara vez se presentaba en público; pasaba todo el tiempo dentro de la casa, cuyas puertas estaban custodiadas por canes de aspecto feroz. Cuando aparecía, era en forma ceremoniosa, con una escolta de seis perros que lo rodeaban de cerca y gruñían si alguien se aproximaba demasiado. Ya ni se le veía los domingos por la mañana, sino que daba sus órdenes por intermedio de algún otro cerdo, generalmente Squealer. Un domingo por la mañana, Squealer anunció que las gallinas que comenzaban a poner nuevamente, debían entregar sus huevos. 

Cuando las gallinas oyeron esto levantaron una gran gritería. Habían sido advertidas con anterioridad de que sería necesario ese sacrificio, pero no creyeron que ocurriría esto. Estaban preparando sus nidadas para la empolladura de primavera y protestaron expresando que quitarles los huevos era un crimen. Por mera vez desde la expulsión de Jones había algo que se asemejaba una rebelión. Napoleón actuó rápidamente, y sin piedad. Ordenó que fueran suspendidas las raciones de las gallinas y decretó que cualquier animal que le diera aunque fuera un grano de maíz a una gallina, sería castigado con la muerte. Los perros tuvieron cuidado de que las órdenes fueran cumplidas. Las gallinas resistieron durante cinco días, luego capitularon y volvieron a sus nidos. Nueve gallinas murieron mientras tanto. Sus cadávere. Whymper no se enteró de este asunto y los huevos fueron debidamente entregados; el camión de un almacenero acudía semanalmente a la granja para llevárselos. 

Durante todo este tiempo no se tuvo señal de Snowball. Se rumoreaba que estaba oculto en una de las granjas vecinas: Foxwood o Pinchfield. Napoleón mantenía mejores relaciones que antes con los otros granjeros. A principios de primavera, se descubrió algo alarmante. ¡Snowball frecuentaba en secreto la granja por las noches! Los animales estaban tan alterados que apenas podían dormir en sus corrales. Se decía, él se introducía al amparo de la oscuridad y hacía toda clase de daños. Robaba el maíz, volcaba los baldes de leche, rompía los huevos, pisoteaba los semilleros, roía la corteza de los árboles frutales. Cuando algo andaba mal, se acostumbró atribuírselo a Snowball y cuando se perdió la llave del cobertizo de los comestibles, toda la granja estaba convencida de que Snowball la había tirado al Pozo. Cosa curiosa, siguieron creyendo esto aun después de encontrarse la llave extraviada debajo de una bolsa de harina. 

Los animales estaban terriblemente asustados. Les parecía que Snowball era una especie de maleficio invisible, infestando el aire y amenazándolos con clase de peligros. Al anochecer, Squealer los reunió a todos, y con el rostro alterado les anunció que tenía noticias serias que comunicarles. 

¡Camaradas, gritó Squealer, se ha descubierto algo terrible! ¡Snowball 

se ha vendido a la Granja Pinchfield y debe estar conspirando para atacarnos y quitamos nuestra granja! Snowball hará de guía cuando comience el ataque. Pero hay algo peor aún. Nosotros habíamos creído que la rebelión de Snowball fue motivada por su vanidad y su ambición. Pero ¿Sabéis cuál era la verdadera razón? ¡Snowball estaba de acuerdo con Jones desde el comienzo mismo! Fue agente secreto de Jones. Para mí esto explica mucho, camaradas: 

Esta era una maldad mucho mayor que la destrucción del molino por Snowball. 

Pero Boxer estaba algo indeciso. 

- Yo no creo que Snowball fuera un traidor, dijo finalmente. 

- Nuestro líder, el camarada Napoleón, anunció Squealer, ha manifestado que Snowball fue agente de Jones desde el mismo comienzo; mucho antes que se pensara siquiera en la Rebelión. Si el camarada Napoleón lo dice, debe ser así. 

- ¡Ese es el verdadero espíritu, camarada! gritó Squealer, pero se notó que lanzó a Boxer una mirada maligna. 

Cuatro días después, Napoleón ordenó a los animales que se congregaran en el patio, salió de la casa, luciendo sus dos medallas (porque recientemente se había nombrado él mismo Héroe Animal, primer grado y segundo grado), con sus nueve enormes perros alrededor, y emitiendo gruñidos que produjeron escalofríos a los animales. Todos se recogieron en sus lugares, pareciendo saber que iba a ocurrir algo terrible. 

Napoleón se quedó observando severamente a su auditorio; luego emitió un gruñido agudo. Inmediatamente los perros saltaron hacia delante, agarraron a cuatro de los cerdos y lo arrastraron, chillando de dolor y terror, hasta los pies de Napoleón. Las orejas de los cerdos estaban sangrando; los perros habían probado sangre y por unos instantes parecían enloquecidos. Ante el asombro de todos, tres de ellos se abalanzaron sobre Boxer. Este los vio venir y estiró su enorme pata, y lo aplastó contra el suelo. El perro chilló y los otros dos huyeron con el rabo entre las piernas. Boxer miró a Napoleón para saber si debía aplastar al perro matándolo o si debía soltarlo. Napoleón le ordenó bruscamente que soltara al perro, con lo cual Boxer levantó su pata y el can huyó magullado y gimiendo. 

Pronto cesó el tumulto. Los cuatro cerdos esperaban temblando y Napoleón les exigió que confesaran sus crímenes. Eran los mismos cuatro cerdos que habían protestado cuando Napoleón abolió las reuniones de los domingos. Confesaron que habían estado clandestinamente en contacto con Snowball desde su expulsión, habían colaborado con él en la destrucción del molino y convinieron en entregar Granja Animal al señor Frederick. Agregaron que Snowball había admitido, que él era agente secreto del señor Jones desde muchos años atrás. Cuando terminaron su confesión, los perros, sin perder tiempo, les desgarraron las gargantas y con voz terrible, Napoleón preguntó si algún otro animal tenía algo que confesar. 

Las tres gallinas, que fueron las cabecillas del conato de rebelión por los huevos, se adelantaron y declararon que Snowball se les había aparecido en un sueño, incitándolas a desobedecer las órdenes de Napoleón. También ellas fueron destrozadas. Luego dos ovejas confesaron que asesinaron a un viejo carnero, muy adicto a Napoleón. Todos ellos fueron ejecutados allí mismos. Y así continuó la serie de confesiones y ejecuciones, hasta que una pila de cadáveres yacía a los pies de Napoleón y el aire estaba impregnado con el olor de la sangre, lo cual era desconocido desde la expulsión de Jones. 

Cuando terminó esto, los animales restantes, exceptuando los cerdos y los perros, se alejaron juntos. Estaban estremecidos. No sabían qué era más espantoso: si la traición de los animales que se conjuraron con Snowball o la cruel represión que acababan de presencia. 

Clover dijo que eso no era a lo que aspiraban cuando emprendieron, años atrás, el derrocamiento de la raza humana. Esas escenas de terror y matanza no eran lo que ellos soñaron aquella noche cuando el Viejo Mayor, por primera vez, los incitó a rebelarse. Si ella misma hubiera concebido un cuadro del futuro, habría sido el todos igual, cada uno trabajando de acuerdo con su capacidad; el fuerte protegiendo al débil. En su lugar, ella no sabía por qué habían llegado a un estado tal que nadie se atrevía a decir lo que pensaba, en el que perros feroces merodeaban por doquier. No había intención de rebeldía o desobediencia en su mente. Las cosas estaban mucho mejor que en los días de Jones y que, ante todo, era necesario evitar el regreso de los seres humanos. Sucediera lo que sucediera permanecería leal, trabajaría fuerte, cumpliría las órdenes que le dieran y aceptaría las directivas de Napoleón. Pero aun así, no era eso lo que ella y los demás animales, añoraran y para lo que trabajaran tanto. No era para eso que construyeron el molino ni hicieron frente a las balas de Jones. Tales eran sus pensamientos, aunque le faltaban palabras para expresarlos. Presintiendo que sería en cierta forma un sustituto para las palabras empezó a cantar Bestias de Inglaterra. Los demás animales, alrededor, la imitaron y cantaron, con sufrimiento, y tristemente, como nunca lo hicieran. Se acercó Squealer, acompañado de dos perros. Anunció que por un decreto especial del camarada Napoleón se había abolido Bestias de Inglaterra, quedaba prohibido cantar dicha canción. 

Los animales quedaron asombrados. ¿Por qué? gritó Muriel. 

- Ya no hace falta, camarada, dijo Squealer secamente. Bestias de Inglaterra fue el canto de la Rebelión. Pero la Rebelión ya ha terminado. La ejecución de los traidores esta tarde fue el acto final. El enemigo, tanto exterior como interior, ha sido vencido. En Bestias de Inglaterra nosotros expresamos nuestras ansias por una sociedad mejor en lo futuro. Pero esa sociedad ya ha sido establecida. Aunque estaban asustados, algunos de los animales hubieran protestado, pero en ese momento las ovejas comenzaron su acostumbrado balido de "Cuatro patas sí, dos pies no", y puso fin a la discusión. 

Y de esa forma no se escuchó más Bestias de Inglaterra. En su lugar, había compuesto otra canción que comenzaba así: 

Granja Animal, Granja Animal ¡Nunca por mí sufrirás algún mal! Se cantó todos los domingos después de izarse la bandera. 

Algunos días más tarde, cuando ya había desaparecido el terror por las ejecuciones, algunos animales recordaron, que el Sexto Mandamiento decretaba: Ningún animal matará a otro animal. Y aunque nadie quiso mencionarlo al alcance del oído de los cerdos o, de los perros, las matanzas no concordaban con aquello. Decía así: Ningún animal matará a otro animal "sin motivo". Por una razón u otra, las dos últimas palabras se les habían ido de la memoria a los animales. Pero comprobaron que el Mandamiento no fue violado; porque, evidentemente, hubo buen motivo para matar a los traidores que se aliaron con Snowball. 

Durante ese año los animales trabajaron aún más duro que el año anterior. Reconstruir el molino, con paredes dos veces más gruesas que antes, y además del trabajo en la granja, era una tarea tremenda. A veces les parecía que trabajaban más horas y no comían mejor que en la época de Jones. Los domingos Squealer, sujetando un papel les leía listas de cifras demostrando que la producción de toda clase de víveres había aumentado en un doscientos por ciento, trescientos por ciento o quinientos por ciento, según el caso. 

Los animales no vieron motivo para no creerle, especialmente porque no podían recordar con claridad cómo eran las cosas antes de la Rebelión. Aun así, preferían a veces contar con menos cifras y más comida. 

Todas las órdenes eran emitidas por intermedio de Squealer o uno de los otros cerdos. Napoleón no era visto en público, sino, cuando mucho, una vez cada quince días. Cuando aparecía acompañado por su comitiva de perros. Hasta en la casa, se decía, Napoleón ocupaba aposentos separados de los demás. Comía solo, con dos perros para servirlo, y siempre utilizaba la vajilla que había estado en la vitrina de cristal de la sala. También se anunció que la escopeta sería disparada todos los años en el cumpleaños de Napoleón, igual que en los otros dos aniversarios. 

Napoleón no era ya mencionado simplemente como "Napoleón". Se le nombraba siempre en forma ceremoniosa como "nuestro líder, camarada Napoleón", "Padre de todos los animales", "Terror de la humanidad". Aún vivían en la ignorancia y la esclavitud en otras granjas. Se había hecho costumbre atribuir a Napoleón toda proeza afortunada y todo golpe de suerte. A menudo se oía que una gallina le decía a otra: "Bajo la dirección de nuestro líder, camarada Napoleón, yo he puesto cinco huevos en seis días". A mediados del verano los animales se alarmaron al oír que tres gallinas confesaron haber tramado, inspiradas por Snowball, un complot para asesinar a Napoleón. Fueron ejecutadas inmediatamente y se tomaron nuevas precauciones para la seguridad de Napoleón. Cuatro perros cuidaban su cama durante la noche, uno en cada esquina, y un joven cerdo llamado Pinkeye fue designado para probar todos sus alimentos antes de que el líder los comiera, por temor a que estuvieran envenenados. 

Más o menos en esa época se divulgó que Napoleón había convenido en vender la pila de madera al señor Pinkington; también debía celebrarse un contrato formal para el intercambio de ciertos productos entre Granja Animal y Foxwood. Las relaciones entre Napoleón y Pilkington, aunque conducidas únicamente por intermedio de Whymper, eran casi amistosas. Los animales desconfiaban de Pilkington, como ser humano, pero lo preferían mucho más que a Frederick, a quien temían y odiaban. Finalizando el verano y la construcción del molino llegaba a su término, los rumores de un inminente ataque traicionero iban en aumento. Frederick, se decía, tenía intención de traer contra ellos veinte hombres. 

Se concluyó el molino de viento, sería llamado Molino Napoleón. 

Dos días después los animales fueron citados para una reunión especial en el granero. Quedaron estupefactos cuando Napoleón les anunció que había vendido la pila de madera a Frederick. Los carros comenzarían a llevársela. Durante todo el período de su aparente amistad con Pilkington, Napoleón en realidad había estado de acuerdo, en secreto, con Frederick. Al mismo tiempo, Napoleón aseguró a los animales que los rumores de un ataque inminente a Granja Animal eran completamente falsos y que las noticias respecto a las crueldades de Frederick con sus animales habían sido enormemente exageradas. Todos esos rumores probablemente habían sido originados por Snowball y sus agentes. Ahora parecía que Snowball no estaba, después de todo, escondido en la Granja Pinchfield y que, en realidad, nunca estuvo allí. 

Los cerdos estaban extasiados por la astucia de Napoleón. Mediante su aparente amistad con Pilkington forzó a Frederick a aumentar su precio en doce libras. Este había querido anticipar por la madera algo que se llama cheque, el cual, al parecer, era un pedazo de papel con la promesa de pagar por lo escrito en el mismo. Pero Napoleón fue demasiado listo para él. Había exigido el pago en papeles auténticos de cinco libras, que debían abonarse antes de retirar la madera. Otra reunión especial en el granero para que los animales pudieran inspeccionar los billetes de banco de Frederick. 

Tres días después se registró un terrible alboroto. Whymper, llegó a toda Velocidad, se oyó un sordo rugido de ira desde el aposento de Napoleón. La noticia de lo ocurrido se difundió por la granja. ¡Los billetes de banco eran falsos! ¡Frederick había obtenido la madera gratis! 

Napoleón reunió a todos los animales y con terrible voz pronunció la sentencia de muerte contra Frederick. Cuando fuera capturado, dijo, Frederick debía ser hervido vivo. Los animales entraron corriendo con el anuncio de que Frederick y sus secuaces ya habían pasado el portón de acceso. Los animales salieron audazmente para combatir, pero esta vez no alcanzaron la victoria Había quince hombres, con media docena de escopetas, y abrieron fuego tan pronto como llegaron a cincuenta metros de los animales. Unos cuantos de ellos estaban heridos. Se refugiaron en los edificios de la granja. Toda la pradera grande, incluyendo el molino de viento, estaba en manos del enemigo. Por el momento hasta Napoleón estaba sin saber qué hacer. Paseaba de acá para allá sin decir palabra. Se lanzaban miradas ávidas en dirección a Foxwood. Si Pilkington y su gente los ayudaran, aún podrían salir bien. Pero en ese momento las cuatro palomas que habían sido enviadas volvieron, portadora de un trozo de papel de Pilkington. Sobre el mismo figuraban escritas con lápiz las siguientes palabras: "Se lo tienen merecido". Mientras tanto, Frederick y sus hombres se detuvieron Iban a echar abajo el molino de viento. ¡Imposible!, gritó Napoleón. Hemos construido las paredes demasiado gruesas para eso. ¡Coraje, camaradas! DE pronto un trueno ensordecedor. todos los animales, exceptuando a Napoleón, se echaron a tierra y escondieron sus caras. Cuando se incorporaron ¡El molino había dejado de existir! 

El miedo y la desesperación que sintieran fueron ahogados por su ira. Lanzaron una potente gritería clamando venganza, y sin esperar otra orden atacaron en masa y se abalanzaron sobre el enemigo. Los hombres hicieron fuego una y otra vez, y cuando los animales casi todos estaban heridos. Napoleón, dirigía las operaciones desde la retaguardia. Pero los hombres tampoco salieron ilesos. Los perros guardaespaldas de Napoleón, a quienes él había ordenado que hicieran un rodeo aparecieron repentinamente por el flanco de los hombres, el pánico se apoderó de éstos. Frederick gritó a sus hombres que escaparan, huyó a toda velocidad. Los animales los persiguieron hasta el fondo del campo. Habían vencido, pero estaban fatigados y sangraban. Lentamente y renqueando volvieron hacia la granja. 

Cuando se aproximaron a la granja, Squealer, que estuvo ausente durante la lucha, vino saltando hacia ellos, meneando la cola. Y los animales oyeron, desde la dirección de los edificios de la granja, el estampido de una escopeta. 

- ¿A qué se debe ese disparo? preguntó Boxer. - ¡Es para celebrar nuestra victoria! gritó Squealer. - ¿Qué victoria?, exclamó Boxer. Sus rodillas estaban sangrando, había perdido una herradura. 

- ¿Qué victoria, camarada? ¿No hemos arrojado al enemigo de nuestro suelo, el suelo sagrado de Granja Animal? - Pero han destruido el molino. ¡Y nosotros hemos trabajado durante dos años para construirlo! ¿Qué importa? Construiremos otro molino. Construiremos seis molinos si queremos. No apreciáis, camarada, la importancia de lo que hemos hecho. El enemigo estaba ocupando este suelo que pisamos. ¡Y ahora, gracias a la dirección del camarada Napoleón, hemos reconquistado cada pulgada del mismo! 

- Entonces, ¿hemos recuperado nuevamente lo que teníamos antes? preguntó Boxer. - Esa es nuestra victoria, agregó Squealer. 

Entraron renqueando al patio. Los perdigones bajo la piel de la pata de Boxer le ardían dolorosamente. Veía ante sí la pesada labor de reconstruir el molino desde los cimientos y, en su imaginación, se preparaba para la tarea. Pero por primera vez se le ocurrió que él tenía once años de edad y que tal vez sus poderosos músculos ya no fueran lo que habían sido antes. Sintieron disparar nuevamente la escopeta, siete veces fue disparada, y escucharon el discurso que pronunció Napoleón, felicitándolos por su conducta, les pareció que, después de todo, habían logrado una gran victoria. 

Napoleón había creado una nueva condecoración, la Orden del Estandarte Verde, que él se otorgó a sí mismo. En el regocijo general se olvidó el infortunado incidente de los billetes de banco. 

Unos días después los cerdos hallaron un cajón de whisky en el sótano de la casa. Había sido pasado por alto en el momento de ocupar el edificio. Esa noche se oyeron desde la casa canciones en voz alta, donde, para sorpresa de todos, se entremezclaban los acordes de Bestias de Inglaterra, se vio a Napoleón, luciendo una vieja galera del señor Jones, salir por la puerta. Pero, por la mañana, reinaba un silencio profundo en la casa. Ni un cerdo se movía. Squealer hizo su aparición, sus ojos estaban opacos, la cola le colgaba débilmente. Reunió a los animales dijo que tenía que comunicarles malas noticias. ¡El camarada Napoleón se estaba muriendo! 

Las muestras de dolor se elevaron en un solo grito unánime. Con lágrimas en los ojos se preguntaban unos a otros qué harían si perdieran a su líder. Se difundió el rumor de que Snowball, a pesar de todo, había logrado introducir veneno en la comida de Napoleón. Salió Squealer para comunicar otro anuncio. Como último acto sobre la Tierra, el camarada Napoleón emitía un solemne decreto: el hecho de beber alcohol sería castigado con la muerte. 

Al anochecer, Napoleón parecía estar mejor, a la mañana siguiente Squealer pudo decirles que se hallaba en vías de restablecimiento. Esa misma noche Napoleón estaba en pie y al otro día se supo que había ordenado a Whymper que comprara en Willingdon algunos folletos sobre la elaboración y destilación de bebidas. Una semana después Napoleón ordenó que el campo destinado como lugar de pastoreo para animales, retirados del trabajo, fuera arado. Se dijo que el campo estaba agotado y era necesario cultivarlo de nuevo, pero pronto se supo que Napoleón tenía intención de sembrarlo con cebada. 

Por esa época ocurrió un incidente raro que casi nadie entendió. Una noche, se oyó un fuerte estrépito en el patio, y los animales salieron corriendo. Al pie de la pared del granero principal, donde figuraban inscritos los Siete Mandamientos, se encontraba una escalera rota en dos pedazos. Squealer, aturdido, estaba tendido al lado, y muy a mano había una linterna, un pincel y un tarro volcado de pintura. Los perros formaron un círculo alrededor de Squealer. Ninguno de los animales lograba entender lo que significaba excepto el viejo Benjamín, días después Muriel, que estaba leyendo los Siete Mandamientos, notó que había otro de ellos que los animales recordaban en mala forma. Ellos creían que el Quinto Mandamiento decía: Ningún animal beberá alcohol, pero pasaron por alto dos palabras. Ahora el Mandamiento expresaba: Ningún animal beberá alcohol "en exceso". 

Al principio, cuando se formularon las leyes de Granja Animal, se fijaron las siguientes edades para jubilarse: caballos y cerdos a los doce años, vacas a los catorce, perros a los nueve, ovejas a los siete y las gallinas y los gansos a los cinco. Se establecieron pensiones liberales para la vejez. Hasta entonces ningún animal se había retirado, pero últimamente la discusión del asunto fue en aumento. Ahora que el campo detrás de la huerta quedó destinado para la cebada, circulaba el rumor de que alambrarían un rincón de la pradera larga convirtiéndolo en campo de pastoreo para animales jubilados. Boxer iba a cumplir los doce años a fines del verano del año siguiente. 

Mientras tanto, la vida seguía dura. El invierno fue tan frío como el anterior, y la comida aún más escasa. Nuevamente fueron reducidas todas las raciones, exceptuando las de los cerdos y las de los perros. "Una igualdad rígida en las raciones explicó Squealer, sería contraria a los principios del Animalismo". De cualquier manera, no tuvo dificultad en demostrar a los demás que, en realidad, no estaban faltos de comida, fue necesario hacer un reajuste de las raciones (Squealer siempre hablaba de un "reajuste", nunca de una "reducion.) 

En el tiempo de Jones, trabajaban menos horas, que el agua que bebían era de mejor calidad, vivían más años que una mayor proporción de criaturas sobrevivía y que tenían más paja en sus corrales y menos pulgas. En verdad, Jones y lo que él representaba casi se habían borrado de sus memorias. Ellos sabían que la vida era dura y áspera, que muchas veces tenían hambre y frío, y generalmente estaban trabajando cuando no dormían. Pero, sin duda, fue peor en los viejos tiempos. Sentíanse contentos de creerlo así. Además, en aquellos días fueron esclavos y ahora eran libres, y eso representaba mucha diferencia, como Squealer no dejaba de señalarles. 

Había muchas bocas más que alimentar. En el otoño las cuatro cerdas tuvieron crías entre todas treinta y una cochinillas. Se implantó también la regla que cuando un cerdo o cualquier otro animal se encontraban en el camino, el segundo debía hacerse a un lado; y asimismo que los cerdos, iban a tener el privilegio de usar cintas en la cola los domingos.La granja tuvo un año bastante próspero, pero aun andaban escasos de dinero.. Las raciones, rebajadas en diciembre, fueron disminuidas nuevamente en febrero, Pero los cerdos parecían estar bastante cómodos en realidad, aumentaban de peso. Una tarde, a fines de febrero, un tibio, rico y apetitoso aroma, como jamás habían percibido los animales, llegó al patio, transportado, desde la casita donde se elaboraba cerveza, en desuso en los tiempos de Jones. Alguien dijo que era el olor de la cebada hirviendo. Los animales husmearon hambrientos el aire y se preguntaban si se les estaba preparando una masa caliente para la cena. Pero no apareció ninguna masa caliente, y el domingo siguiente se anunció que desde ese momento toda la cebada sería reservada para los cerdos. El campo detrás de la huerta ya había sido sembrado con cebada. Y pronto se supo que todos los cerdos recibían una ración de una pinta de cerveza por día, y medio galón para el mismo Napoleón. 

Pero si bien no faltaban penurias que aguantar, en parte estaban compensadas por el hecho de que la vida tenía mayor dignidad que antes. Había más canciones, más discursos, más procesiones. Napoleón ordenó que vez por semana se hiciera algo denominado Demostración Espontánea. A la hora indicada los animales abandonaban sus tareas y marchaban por los límites de la granja en formación militar, con los cerdos a la cabeza, luego los caballos, las vacas, las ovejas y después las aves. Los perros iban a los flancos y a la cabeza de todos marchaba el gallo negro de Napoleón. Boxer y Clover llevaban siempre una bandera verde marcada con el asta y la pezuña y el encabezamiento: "¡Viva el Camarada Napoleón!" Luego venían recitales de poemas compuestos en honor de Napoleón y un discurso de Squealer dando los detalles de los últimos aumentos en la producción de alimentos, y en algunas ocasiones se disparaba un tiro de escopeta. Las ovejas eran las más aficionadas a las Demostraciones Espontáneas, y si alguien, se 

quejaba (como lo hacían a veces algunos animales, cuando no había cerca cerdos ni perros) alegando que se pierde el tiempo y se aguanta un largo plantón en el frío, las ovejas lo silenciaban infaliblemente con un tremendo: "¡Cuatro patas sí, dos pies no!" Pero, a la larga, a los animales les gustaban esas celebraciones. Resultaba satisfactorio el recuerdo de que, después de todo, ellos eran realmente sus propios amos y que todo el trabajo que efectuaban era en beneficio propio. Y así, podían olvidar que sus barrigas estaban vacías, al menos por algún tiempo. 

En abril, Granja Animal fue proclamada República, y se hizo necesario elegir un Presidente. Había un solo candidato: Napoleón, que resultó elegido por unanimidad.

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