lunes, 8 de abril de 2013

LIBRO DE GEORGE ORWELL, REVELION EN LA GRANJA.

Falleció en Londres, en 1950. De origen escocés, Orwell fue siempre socialista, pero extremadamente crítico. Participó en la guerra civil española, donde fue herido. Durante su convalecencia escribió Homenaje a Cataluña, obra en que ataca a los comunistas de inspiración soviética, por su política partidista y monopólica, a la que atribuye las causas de la derrota. 

En 1943 ingresó a la redacción del diario Tribune y colaboró también en el Observer. De esta época datan la mayoría de sus ensayos. En 1946 publicó La granja de los animales. Es una animada sátira del régimen soviético, con la que alcanzó éxito internacional. En 1949 apareció su novela de anticipación, 1984 en la que presenta un cuadro del mundo futuro, en una prolongación ideal de la línea del comunismo soviético llevado a sus más desoladoras consecuencias. 

En opinión de algunos de sus críticos, la importancia de Orwell reside principalmente en la franqueza y clarividencia con que trata los problemas de política social. 

Prólogo 

REBELIÓN EN LA GRANJA: Como en otras fábulas, los animales hablan. No sólo hablan, asumen, además las funciones que en una granja cumplen los hombres. Jones, el granjero, va a su cama a dormir la borrachera de cerveza. 

Todos los animales de esta granja se alborotan. El Viejo Mayor, cerdo premiado, gordo, sabio y benevolente, ha tenido un extraño sueño en la noche anterior, y desea comunicarlo a los otros animales. Este, sueño de un cerdo, es el gozne de plata sobre el cual gira en 180 grados la narración: es la puerta encontrada súbitamente en ese muro donde no hubo jamás una puerta. "Y ahora, camaradas, dice el Viejo Cerdo Mayor, contaré mi sueño de anoche. Era una visión, continúa, de cómo será la Tierra cuando el Hombre haya desaparecido (...) El hombre es el único enemigo real que tenemos (...). Eliminad tan sólo al Hombre, y el producto de nuestro trabajo será propio (...). Todos los hombres son enemigos, afirma. 

Todos los animales son camaradas". Poco después el Viejo Cerdo Mayor muere, no sin antes entonar un himno, "cantado por los animales de épocas remotas", para que las Bestias rompan sus cadenas. Jones, luego, es expulsado de la granja por los animales, y los cerdos, que se supone son los más inteligentes, toman a su cargo el trabajo de enseñar y organizar a los demás. Los cerdos asumen el control total de la granja. Bajo su dirección trabajan sin descanso, y obedecen como esclavos, perros, gallinas, ovejas, vacas, patos, caballos, gansos, una gata, un cuervo, ratas, conejos, y hasta un gallo trompetero que más tarde anunciará con sonoros quiquiriquíes la llegada del dictador. Animales que sólo caminan sobre cuatro patas, “pues todo lo que camina sobre dos pies es un enemigo, y lo que camina sobre cuatro patas o tenga alas es un amigo". Esta es la consigna. Como toda revolución que comienza, lo hace con hermosas promesas; entre ellas, el vademécum de una ideología y, en este caso, sus siete mandamientos. 

Escrita durante la Segunda Guerra Mundial, entre 1943 y 1944, mientras Orwell trabajaba en la BBC de Londres, y publicada en 1945, esto es, al término de esa guerra, La granja de los animales parece. Es la utopía, "ese proyecto de imposible realización". Sólo que La granja está muy cerca de ciertos proyectos totalitarios que fueron posibles en esos años. 

Como toda obra que esconde diversos planos, esta fábula es, por una parte, un "cuento" cruel y despiadado, y por otra un libro que pueden leer los niños, como leen el Gulliver. 

La granja se apoya también en la circunstancia de su tiempo, la dictadura de un paranoico ávido de sangre y poder: Stalin. Sin embargo, cuando se llega a la última página de ella se desprende una conclusión aún más terrible que la misma realidad. En La granja todo está tramado como un mecanismo de relojería que funciona con espléndida naturalidad. Esta es una manera de hacer verosímil lo que en ella acontece. Casi no cuenta la ideología del autor, e incluso marcha a contrapelo de ella. 

Mediante sutiles toques desnuda poco a poco esa nueva clase corrupta de los cerdos. Cuando todo termina, el arco se cierra justamente en el extremo contrario. "La revolución", aseguraba Chesterton, "es la parábola que describe un móvil para volver al punto de partida". La revolución se suele morder la cola. Lo que se había prometido no sólo no se cumple sino que se cumple al revés: se termina por hacer lo que no se debía hacer; se prohíbe lo que antes se permitía; se torna amigo el enemigo, y el enemigo, amigo; los mandamientos son manipulados, y quedan reducidos sólo a uno; se inventa el terror, y a la vez se cae bajo el dominio del terror. En La granja domina, además de la sátira, la ironía, y hasta el humorismo. Napoleón, sucesor del Viejo Cerdo, ha asumido todo el poder. Este cerdo piensa tanto como la gata que charla diciendo que todos los animales eran ya camaradas y que cualquier gorrión que quisiera podía posarse sobre sus garras; pero los gorriones mantuvieron la distancia" El Viejo había afirmado, perentoriamente, que "ningún cerdo debe vivir en una casa, dormir en una cama, vestir ropas, beber alcohol, fumar tabaco, recibir dinero, ocuparse del comercio, pues todas las costumbres del Hombre son malas; ningún animal debe tiranizar a sus semejantes. Débil o fuerte, agregaba, listo o ingenuo, somos todos hermanos. Ningún animal debe matar a otro animal. Todos los animales son iguales". Pero Napoleón y sus cerdos secuaces, más los mastines de su guardia pretoriana, terminan por hacer, y por ordenar que se haga, justamente lo contrario. Napoleón irá a vivir en la casa del granjero Jones; vestirá sus ropas, beberá su whisky, fumará su tabaco, recibirá dinero, tiranizará a los otros animales, algunos de los cuales serán ejecutados. Aquí no hay redención ni trasmundo que abra la esperanza a otro espacio, ese que el cuervo Moses promete: cuervo mentiroso y cobarde que tal vez Orwell inventa como una caricatura de alguna clase. ("Pretendía conocer la existencia de un país misterioso llamado Monte Caramelo, al que iban los animales cuando morían...”). Todos son engañados, salvo Benjamín, el burro, que ha visto pasar muchas aguas y no cree en "pájaros preñados". Parece paradójico, en fin, que este burro escéptico sea el más sabio de los animales. Ayer todos los animales "eran iguales"; hoy “todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros". 

Cuando cerdos y hombres, en el último párrafo del libro, terminan por almorzar, brindar y engañarse mutuamente en la casa que fue del granjero, los animales (que se encontraban afuera) miraron del cerdo al hombre, y del hombre al cerdo, y nuevamente del cerdo al hombre; pero ya era imposible discernir quién era quién. 

Capítulo I 

El señor Jones, dueño de la Granja, cerró por la noche los gallineros, pero estaba demasiado Borracho y dejo abierta la puerta de la granja. 

Durante el día se corrió la voz de que el Viejo Mayor, el cerdo premiado, había tenido un sueño extraño y deseaba comunicárselo a los demás animales. 

El Viejo Mayor (así le llamaban siempre, aunque fue presentado en la exposición bajo el nombre de Willingdon Beauty), era tan estimado en la granja, que todos estaban dispuestos a perder una hora de sueño para oír lo que él tuviera que decirles. Tenía doce años de edad y se había puesto bastante gordo, pero aún era un cerdo majestuoso de aspecto sabio y benevolente. Hacía rato que habían comenzado a llegar los demás animales y a colocarse cómodamente, cuando Mayor vio que estaban todos y esperaban atentos, aclaró su voz y comenzó: Camaradas, vosotros os habéis enterado ya del extraño sueño que tuve anoche. Primero tengo que decir otra cosa. Yo no creo, camaradas, que esté muchos meses más con vosotros y antes de morir, estimo mi deber transmitiros la sabiduría adquirida. He vivido muchos años; dispuse de bastante tiempo para meditar mientras he estado a solas en mi pocilga y creo poder afirmar que entiendo la naturaleza de la vida en este mundo tan bien como cualquier otro animal viviente. Respecto a eso deseo hablaros. Veamos camaradas: ¿cuál es la realidad de esta vida nuestra? Mirémosla de frente: nuestras vidas son miserables, laboriosas y cortas. Nacemos, nos suministran la comida necesaria para mantenernos y a aquellos de nosotros capaces de hacerlo nos obligan a trabajar hasta el último aliento de nuestras fuerzas; y en el preciso instante en que nuestra utilidad ha terminado, nos matan con crueldad. Ningún animal conoce el significado de la felicidad o la holganza. No hay animal libre. La vida de un animal es la miseria y la esclavitud; ésa es la pura verdad. Pero ¿es eso realmente parte del orden de la naturaleza? ¿Es acaso porque esta tierra nuestra es tan pobre que no puede proporcionar una vida decorosa a todos sus habitantes? no, camaradas; mil veces no. El suelo es fértil; es capaz de dar comida en abundancia a una cantidad mucho mayor de animales que la que actualmente la habita. Solamente nuestra granja puede mantener una docena de caballos, veinte vacas, centenares de ovejas; y todos ellos viviendo con una comodidad y dignidad que en estos momentos están casi fuera del alcance de nuestra imaginación. ¿Por qué, entonces, continuamos en esta mísera condición? Porque los seres humanos nos arrebatan casi todo el fruto de nuestro trabajo. Ahí está, camaradas, la solución de todos nuestros problemas. Está todo involucrado en una sola palabra: Hombre. El Hombre es el único enemigo real que tenemos. Quitad al Hombre de la escena y el motivo originario de nuestra hambre y exceso de trabajo será abolido para siempre.” 

"El Hombre es el único ser que consume sin producir. No da leche, no pone huevos, sin embargo, es dueño y señor de todos los animales. Los hace trabajar, les devuelve el mínimo necesario para mantenerlos con vida y lo demás se lo guarda para él. Nuestro trabajo labra la tierra, nuestro estiércol la abona y, sin embargo, no existe uno de nosotros que posea algo más que su simple pellejo. Vosotras, vacas, ¿cuántos miles de litros de leche habéis dado este último año? ¿Y qué se ha hecho con esa leche que debía servir para criar terneros robustos? Hasta la última gota ha ido a parar a las gargantas de nuestros enemigos. Y vosotras, gallinas, ¿cuántos huevos habéis puesto este año y cuántos pollitos han salido de esos huevos? Todo lo demás ha ido a parar al mercado para producir dinero para Jones y su gente. Y ¿dónde están esos cuatro potrillos que has tenido, que debían ser el sostén y solaz de tu vejez? Todos fueron vendidos al año. Como recompensa por todo tu trabajo en el campo ¿qué has tenido, exceptuando tus magras raciones y un pesebre?” 

“Ni siquiera nos permiten alcanzar el fin natural de nuestras míseras vidas. Por mí no me quejo, porque he sido uno de los afortunados. Llevo doce años y he tenido más de cuatrocientas criaturas. Ese es el destino natural de un cerdo. Pero ningún animal se libra del cruel cuchillo al final. Vosotros, jóvenes cerdos, cada uno de vosotros va a chillar por su vida ante el cuchillo dentro de un año. A ese horror llegaremos todos: vacas, cerdos, gallinas, ovejas; todos. ¿No resulta entonces de una claridad meridiana, camaradas, que todos los males de nuestras vidas provienen de la tiranía de los seres humanos?. Eliminad tan sólo al Hombre y el producto de nuestro trabajo será propio. Casi de la noche a la mañana nos volveríamos ricos y libres. Entonces, ¿qué es lo que debemos hacer? ¡Trabajar noche y día, con cuerpo y alma, para destruir a la raza humana! Ese es mi mensaje, camaradas: ¡Rebelión! Yo no sé cuándo vendrá esa rebelión; quizá de aquí a una semana o dentro de cien años; pero sí sé, que tarde o temprano se hará justicia. Fijad la vista en eso, camaradas, durante los pocos años que os quedan de vida! Y, sobre todo, transmitid mi mensaje a los que vendrán después, para que las futuras generaciones puedan proseguir la lucha hasta alcanzar la victoria. Y recordad, camaradas: vuestra voluntad jamás deberá vacilar. Ningún argumento os debe desviar. Nunca escuchéis cuando os digan que el Hombre y los animales tienen un destino común; que la Prosperidad de uno es también de los otros. Son mentiras. El Hombre no sirve los intereses de ningún ser, exceptuando el suyo. Y entre nosotros, los animales, que haya perfecta unidad, perfecta camaradería en la lucha. Todos los hombres son enemigos. Todos los animales son camaradas. 

En ese momento hubo una tremenda conmoción. Mientras Mayor estaba hablando, Mayor levantó su pata para imponer silencio. Camaradas, dijo, aquí hay un punto que debe ser aclarado. Los animales salvajes, como los ratones y los conejos, ¿son nuestros amigos o nuestros enemigos? Pongámoslo a votación. Yo planteo esta pregunta a la asamblea: ¿son camaradas las ratas? Se pasó a votación, decidiéndose por mayoría que las ratas eran camaradas. Hubo solamente cuatro disidentes, Mayor continuó: insisto recordad siempre vuestro deber de enemistad hacia el Hombre y su manera de ser. Todo lo que camine sobre dos pies es un enemigo. Lo que camine sobre cuatro patas o tenga alas, es un amigo. Y recordad también que en la lucha contra el Hombre, no debemos llegar a parecemos a él. Aun cuando lo hayáis vencido, no adoptéis sus vicios. Ningún animal debe vivir en una casa, dormir en una cama, vestir ropas, beber alcohol, fumar tabaco, recibir dinero ni ocuparse del comercio. Todas las costumbres del Hombre son malas. Y, sobre todas las cosas, ningún animal debe tiranizar a sus semejantes. Débil o fuerte, listo o ingenuo, somos todos hermanos. Ningún animal debe matar a otro animal. Todos los animales son iguales. "Y ahora, camaradas, os contaré mi sueño de anoche. Era una visión de cómo será la Tierra cuando el Hombre haya desaparecido. Pero me trajo a la memoria algo que hace tiempo había olvidado. Muchos años atrás, cuando yo era lechón, mi madre y las otras cerdas acostumbraban a ensayar una vieja canción de la que sólo sabían la melodía hacía tiempo que la había olvidado. Anoche, volvió a mí en el sueño. Palabras que tengo la certeza, fueron cantadas por los animales de épocas remotas y luego olvidadas durante muchas generaciones. Os cantaré esa canción, camaradas cuando os haya enseñado, podréis cantar vosotros mismos. Se llama Bestias de Inglaterra. Era una tonada entre Clementina y La Cucaracha. La letra decía así: 

I- ¡Bestias de Inglaterra, Bestias de Irlanda, Animales del valle y de la selva, 

Sobre vuestro futuro prodigioso prestad oído a mis alegres nuevas! 

II- Tarde o temprano arribará la hora en la que el Hombre derrocado sea, 

y las fecundas tierras de Bretaña sólo serán pobladas por las Bestias. 

III-Rotos caerán los aros torturantes de la nariz, y rodarán por tierra los látigos de tétricos chasquidos y oxidados el freno y las espuelas. 

IV-La cebada y el heno perfumado, la remolacha, el trébol y la avena toda la cornucopia de Natura será ese día solamente nuestra. 

V-Más fresca será el agua y transparente en los hermosos campos de Inglaterra, y más suave la brisa, el día glorioso en que las Bestias rompan sus cadenas. 

VI-Para ese día trabajemos todos, aunque muramos antes que amanezca; vacas y gansos, pavos y caballos, todos deben sumarse a esta empresa. 

VII-¡Bestias de Inglaterra, Bestias de Irlanda, animales del valle y de la selva sobre vuestro futuro prodigioso ¡prestad oído a mis alegres nuevas! 

El ensayo de esta canción puso a todos los animales en un estado de salvaje excitación. Desgraciadamente, el alboroto despertó al señor Jones, y la asamblea se levantó precipitadamente. Cada cual huyó hacia su lugar de reposo. 


Capítulo II 

Tres noches después, el Viejo Mayor murió mientras dormía. Su cadáver fue enterrado al pie de un árbol de la huerta. 

Durante los tres meses siguientes hubo mucha actividad secreta. A los animales más inteligentes el discurso de Mayor les había hecho ver la vida desde un ángulo totalmente nuevo. Ellos no sabían cuándo ocurriría la rebelión que pronosticara Mayor; no tenían motivo para creer que aconteciera durante el transcurso de sus propias vidas, pero vieron que era su deber prepararse para ella. El trabajo de enseñar y organizar a los demás recayó sobre los cerdos, Los más destacados entre ellos eran dos cerdos jóvenes llamaban Snowball y Napoleón, a quienes el señor Jones estaba criando para vender. Napoleón era un verraco grande de aspecto feroz; parco en el hablar, tenía fama de salirse con la suya. Snowball tenía mayor facilidad de palabra, pero lo consideraban de carácter más débil. Los demás de la granja eran muy jóvenes. El más conocido entre ellos era Squealer, orador brillante. Los demás decían que Squealer era capaz de cambiar lo negro en blanco. Estos tres habían elaborado, a base de las enseñanzas del Viejo Mayor, un sistema completo de pensamientos al que dieron el nombre de Animalismo. Varias noches por semana, cuando el señor Jones ya dormía, celebraban reuniones secretas en el granero, durante las cuales exponían los principios del Animalismo a los demás. Al comienzo encontraron mucha estupidez y apatía. Algunos animales hablaron del deber de lealtad hacia el señor Jones, a quien llamaban "Amo", o hacían observaciones elementales como: "el señor Jones nos da de comer"; "Si él no estuviera nos moriríamos de hambre". Otros formulaban preguntas tales como: "¿Qué nos importa a nosotros lo que va a suceder cuando estemos muertos?", o bien: "Si esta rebelión se va a producir de todos modos, ¿qué diferencia hay si trabajamos para ella o no?", y los cerdos tenían gran dificultad en hacerles ver que eso era contrario al espíritu del Animalismo. Las preguntas más estúpidas fueron de la yegua blanca. ¿Habrá azúcar después de la rebelión? No, respondió Snowball. No tenemos medios para fabricar azúcar en esta granja. Además, tú no necesitas azúcar. Tendrás toda la avena y el heno que quieras. ¿Y se me permitirá seguir usando cintas en la crin? insistió. Camarada, dijo Snowball, esas cintas que tanto te gustan son el símbolo de tu esclavitud. ¿No entiendes que la libertad vale más que esas cintas? asintió, pero no estaba muy convencida. 

Los cerdos tuvieron una lucha aún mayor para contrarrestar las mentiras que difundía Moses, el cuervo amaestrado. Moses, que era el favorito del señor Jones era espía y chismoso, pero era también un orador muy hábil. Pretendía conocer la existencia de un país misterioso llamado Monte Caramelo, al que iban todos los animales cuando morían. Estaba situado en algún lugar del cielo, “un poco más allá de las nubes”, decía Moses. En Monte Caramelo era domingo siete veces por semana, el trébol los terrones de azúcar y las tortas de lino crecían en los cercos. Los animales odiaban a Moses porque era chismoso y no hacía ningún trabajo, pero algunos creían lo del Monte Caramelo y los cerdos tenían que argumentar mucho para persuadirlos de la inexistencia de tal lugar. 

Los discípulos más leales eran los caballos de tiro, tenían gran dificultad en formar su propio juicio, pero una vez que aceptaron a los cerdos como maestros absorbían todo lo que se les decía y lo transmitían a los demás animales mediante argumentos sencillos. 

Pero sucedió que la rebelión se llevó a cabo mucho antes y más fácilmente de lo que ellos esperaban. 

En años anteriores el señor Jones, a pesar de ser un amo duro, fue un agricultor capaz, se había desanimado mucho después de perder bastante dinero en un pleito, y comenzó a beber más de la cuenta. Sus hombres eran perezosos y deshonestos, los campos estaban llenos de malezas, los cercos estaban descuidados y mal alimentados los animales. Llegó junio y el heno estaba casi listo para ser cosechado. Los peones se fueron, sin preocuparse de dar de comer a los animales. Finalmente, éstos no resistieron más. Una de las vacas rompió de una cornada la puerta del depósito de forrajes y los animales empezaron a servirse solos de los arcones, en ese momento se despertó el señor Jones. De inmediato él y sus cuatro peones se hicieron presentes con látigos, azotando a diestra y siniestra., aunque nada había sido planeado con anticipación, se abalanzaron sobre sus atormentadores. Jones y sus peones recibiendo empellones y patadas, Habían perdido el dominio de la situación. Nunca habían visto a los animales portarse de esa manera, y esa insurrección de bestias. A poco abandonaron todo intento de defensa y escaparon. Un minuto después, los cinco disparaban a toda carrera por el sendero rumbo a la puerta con los animales persiguiéndolos a Jones y sus peones hasta la carretera y cerraron el portón tras ellos. Y así, casi sin darse cuenta de lo que ocurría, la rebelión se había llevado a cabo triunfalmente: Jones había sido expulsado y la 

Granja era de ellos. Apenas si podían creer en su buena fortuna. Su primera acción fue galopar todos juntos alrededor de los límites de la granja, como para asegurarse de que ningún ser humano se escondía en ella; luego volvieron a la carrera hacia los edificios para borrar los últimos vestigios del odiado reino de Jones. Irrumpieron en el cuarto de los enseres; los frenos, los anillos, las cadenas de los perros, fueron todos arrojados al pozo. Las riendas, los cabestros, las anteojeras. Los animales habían destruido todo lo que podía hacerles recordar al señor Jones, sirvió una doble ración de maíz a cada uno. Luego cantaron Bestias de Inglaterra. Se acomodaron para la noche y durmieron como nunca lo habían hecho anteriormente. 

Pero se despertaron al amanecer como de costumbre y, acordándose repentinamente del glorioso acontecimiento, salieron todos juntos a la pradera. A poca distancia de allí había una loma desde donde se dominaba casi toda la granja. Los animales llegaron a la cumbre y miraron a su alrededor a la luz de la mañana. Todo lo que podían ver era suyo. En el éxtasis de ese pensamiento, brincaban por todos lados en grandes saltos de alegría. Luego hicieron un recorrido de inspección por toda la granja y miraron la tierra de labrantío, el campo de heno, la huerta, la laguna. Era como si nunca hubieran visto esas cosas anteriormente, y apenas podían creer que todo era de ellos. 

Regresaron a los edificios de la granja y, vacilantes, se pararon ante la puerta de la casa, era suya, pero tenían miedo de entrar. Un momento después embistieron la puerta y los animales entraron. Iban bajando la escalera cuando se dieron cuenta de que faltaba Mollie. Al volver, los demás descubrieron que ésta se había quedado en el mejor dormitorio. Había tomado un pedazo de cinta azul del tocador y, se estaba admirando en el espejo como una tonta. Los otros se lo reprocharon severamente y salieron. Sacaron unos jamones colgados en la cocina y les dieron sepultura. Allí mismo se resolvió por unanimidad que la casa sería conservada como museo. Estaban todos de acuerdo en que jamás debería vivir allí animal alguno. 

Los animales tomaron el desayuno, y luego Snowball y Napoleón los reunieron a todos otra vez. Camaradas, dijo Snowball, tenemos un día largo ante nosotros. Hoy debemos comenzar la cosecha del heno. Pero hay otro asunto que debemos resolver primero. 

Los cerdos revelaron entonces que durante los últimos tres meses habían aprendido a leer y escribir mediante un libro elemental que perteneciera a los chicos de la señora Jones y que había sido tirado a la basura. Napoleón mandó traer unos tarros de pintura blanca y negra y los llevó hasta el portón que daba al camino principal. Luego Snowball (que era el que mejor escribía) tomó un pincel entre los dos nudillos de su pata delantera, tachó Granja Manor de la vara superior de la tranquera y en su lugar pintó Granja Animal. Ese iba a ser el nombre de la granja en adelante. Después todos volvieron a los edificios donde Snowball y Napoleón mandaron buscar una escalera que hicieron colocar contra la pared trasera del granero. Ellos explicaron que mediante sus estudios de los últimos tres meses habían logrado reducir los principios del Animalismo a Siete Mandamientos. Serían inscritos en la pared; formarían una ley inalterable por la cual deberían regirse en adelante todos los animales de la Granja Animal. La inscripción decía así: LOS SIETE MANDAMIENTOS 

1- Todo lo que camina sobre dos pies es un enemigo 

2- Todo lo que camina sobre cuatro patas, o tenga alas, es un amigo. 

3- Ningún animal usará ropa. 

4- Ningún animal dormirá en una cama 

5- Ningún animal beberá alcohol 

6- Ningún animal matará a otro animal 

7- Todos los animales son iguales 

El letrero lo leyó en alta voz para los demás. Todos los animales asintieron con inclinación de cabeza demostrando su total conformidad, y los más inteligentes empezaron en seguida a aprenderse de memoria los Mandamientos. 

Ahora, camaradas, gritó Snowball tirando el pincel, ¡al henar! Impongámonos el compromiso de terminar la cosecha en menos tiempo del que tardaban Jones y sus hombres. 

Pero en ese momento las tres vacas, parecían estar intranquilas, empezaron a mugir muy fuerte. Hacía veinticuatro horas que no habían sido ordeñadas y sus ubres estaban casi reventando. Después de pensar un rato, los cerdos mandaron traer unos baldes y ordeñaron a las vacas con regular éxito, cinco baldes de espumante leche cremosa a la cual miraban muchos de los animales con sumo interés. ¿Qué se hará con toda esa leche?, preguntó alguien. 

-Jones a veces empleaba una parte en nuestra comida, dijo una de las gallinas. 

-¡No os preocupéis por la leche, camaradas! expuso Napoleón, colocándose delante de los baldes. Eso ya se arreglará. La cosecha es más importante. El camarada Snowball os guiará. Yo os seguiré dentro de unos minutos. ¡Adelante, camaradas! El heno os espera. Los animales se fueron hacia el campo de heno para empezar la cosecha, y, cuando volvieron al anochecer, comprobaron que la leche había desaparecido. 



Capítulo III 

¡Cómo trabajaron y sudaron para poder guardar el heno! Pero sus esfuerzos fueron recompensados, la cosecha resultó mejor de lo que esperaban. 

En cuanto a los caballos, conocían cada palmo del campo y, en realidad, entendían el trabajo. Los cerdos en verdad no trabajaban, pero dirigían y supervisaban a los demás. A causa de sus conocimientos superiores, era natural que ellos asumieran el mando. Boxer y Clover enganchaban los arneses a la segadora (en aquellos días, naturalmente, no hacían falta frenos o riendas) y marchaban firmemente por el campo con un cerdo caminando detrás y diciéndoles: "Arre, camarada" o "Atrás, camarada", según el caso. Y todos los animales, incluso los más humildes, laboraron para cortar el heno y amontonarlo, todo el día al sol, transportando manojitos de heno. No hubo desperdicio alguno; Y ningún animal de la granja había robado ni siquiera un bocado. 

Durante todo el verano el trabajo anduvo como sobre rieles. Los animales eran felices como jamás, cada bocado de comida resultaba un exquisito manjar, ya que era realmente su propia comida, producida por ellos y para ellos y no repartida en pequeñas porciones por su amo. Como ya no estaban los inservibles y parasitarios seres humanos, había más comida para todos. Se tenían más horas libres también, a pesar de la inexperiencia de los animales. Boxer con sus músculos tremendos los sacaban siempre de apuros. Todos admiraban a Boxer. Había sido un gran trabajador aun en el tiempo de Jones, pero ahora aparentaba más bien ser tres caballos que uno; en algunos días deter 

minados, parecía que todo el trabajo descansaba sobre sus poderosos hombros. Tiraba y empujaba de la mañana hasta la noche y siempre donde el trabajo era más duro. Había concertado con un gallo que éste lo despertara media hora antes que a los demás, y efectuaba algún trabajo voluntario donde más hacía falta, antes de empezar la tarea de todos los días. Su respuesta para cada problema, para cada revés, era: "¡Trabajaré más fuerte!". Él la había adoptado como un lema personal. 

Pero cada uno actuaba conforme a su capacidad. Las gallinas y los patos, por ejemplo, ganaron cinco búshels de maíz durante la cosecha levantando los granos perdidos. Nadie robó, nadie se quejó por su ración; las discusiones, peleas y envidias que forman parte natural de la vida cotidiana en los días de antaño, habían desaparecido casi por completo. Nadie eludía el trabajo, o casi nadie. Mollie, la gata, en verdad, no era muy buena para levantarse por la mañana, y tenía la costumbre de dejar el trabajo temprano aduciendo que tenía una piedra en la pata, y su comportamiento era algo raro, cuando había tarea que hacer, no la encontraban. Desaparecía durante horas, y luego se presentaba a la hora de la comida o al anochecer, cuando cesaba el trabajo, como si nada hubiera ocurrido. Pero siempre tenía tan excelentes excusas y ronroneaba tan afablemente, que era imposible dudar de sus buenas intenciones. 

El viejo Benjamín, el burro, parecía que no había cambiado desde la rebelión. Hacía su trabajo con la misma obstinación y lentitud que antes, nunca eludiéndolo pero nunca ofreciéndose tampoco para ninguna tarea extra. No daba su opinión sobre la rebelión o sus resultados. Cuando se le preguntaba si no era más feliz ahora que no estaba Jones, él se reducía a contestar: "Los burros viven mucho tiempo”. 

Los domingos no se trabajaba. Tenía lugar una ceremonia que se cumplía todas las semanas sin excepción. Primero se enarbolaba la bandera, izada en el mástil, era verde, explicó Snowball, para representar los campos verdes de Inglaterra, mientras que el asta y la pata significaban la futura República de los Animales, que surgiría cuando finalmente lograran derribar totalmente a la raza humana. Después todos los animales se dirigían en tropel al granero principal para una asamblea general, la que se conocía como la Reunión. Allí se planeaba el trabajo de la semana siguiente y se planteaban y debatían las resoluciones. Los cerdos eran los que siempre proponían las resoluciones. Los otros animales entendían cómo debían votar, pero nunca se les ocurrían ideas propias. Snowball y Napoleón eran, sin duda, los más activos en los debates. Pero se notó que estos dos nunca estaban de acuerdo; ante cualquier sugestión que hacía uno, podía descontarse que el otro se opondría a ella. Hasta cuando se resolvió, a lo que no habría podido oponerse nadie, reservar el campito de detrás de la huerta como hogar de descanso para los animales que ya no estaban en condiciones de trabajar, hubo un violento debate con referencia a la edad de retiro correspondiente a cada clase de animal. La Reunión siempre terminaba con la canción Bestias de Inglaterra, y la tarde la dedicaban al esparcimiento. 

Los cerdos hicieron del cuarto de los enseres su cuartel general. Todas las noches estudiaban herrería, carpintería y otros oficios necesarios en los libros que habían traído de la casa. Snowball también se ocupó de organizar a los otros animales en lo que denominaba Comités de Animales. Era incansable para eso. Formó el Comité de producción de huevos para las gallinas, la Liga de las colas limpias para las vacas, el Comité para reeducación de los camaradas salvajes (el objeto de éste era domesticar las ratas y los conejos), el Movimiento pro lana más blanca para las ovejas, y varios otros, además de organizar clases de lectura y escritura. En general, esos proyectos resultaron un fracaso. El ensayo de domesticar a los animales salvajes, por ejemplo, falló casi inmediatamente. Siguieron portándose prácticamente igual que antes, y cuando eran tratados con generosidad se aprovechaban de ello. La gata se incorporó al Comité para la reeducación y actuó mucho en él durante algunos días. Cierta vez la vieron sentada en la azotea charlando con algunos gorriones que estaban fuera de su alcance. Les estaba diciendo que todos los animales eran ya camaradas y que cualquier gorrión que quisiera podía posarse sobre su garra; pero los gorriones mantuvieron la distancia. Las clases de enseñanza primaria, sin embargo, tuvieron gran éxito. Para el otoño casi todos los animales, en mayor o menor grado, tenían alguna instrucción. En lo que respecta a los cerdos, ya sabían leer y escribir. Los perros aprendieron la lectura, pero no les interesaba leer otra cosa que los Siete Mandamientos. Muriel, la cabra, leía un poco mejor que los perros, y a veces, por la noche, acostumbraba hacerlo para los demás de los pedazos de diarios que encontraba en la basura. Benjamín leía tan bien como cualquiera de los cerdos, pero nunca ejercitaba su talento. 

Por lo que él sabía, dijo, no había nada que valiera la pena leer. 

Ningún otro animal de la granja pudo llenar más allá de la letra A. También se descubrió que los animales más estúpidos, como las ovejas, gallinas y patos, eran incapaces de aprender de memoria los Siete Mandamientos. Después de mucho meditar, Snowball declaró que los Siete Mandamientos podían, en efecto, reducirse a una sola máxima, a saber: "¡Cuatro patas sí, dos pies no!" Esto, dijo contenía el principio esencial del Animalismo. Quien lo hubiera entendido a fondo estaría asegurado contra las influencias humanas. Las aves la objetaron al principio pues les pareció que también ellas tenían dos patas, pero Snowball demostró que no era así. Las alas de un pájaro, dijo, son órganos de propulsión y no de manipulación. Por lo tanto, deben considerarse como patas. La característica que distingue al hombre es la "mano", el instrumento con el cual hace todo el mal. 

Las aves no entendieron la extensa perorata de Snowball, pero aceptaron su explicación y comenzaron a aprender la nueva máxima de memoria. "Cuatro patas sí, dos pies no", fue inscrita sobre la pared del fondo del granero, encima de los Siete Mandamientos y con letras más grandes. Cuando la aprendieron de memoria, a las ovejas les encantó esta máxima y muchas veces echadas en el campo empezaban todas a balar "Cuatro patas sí, dos pies no", "Cuatro patas sí, dos pies no", así durante horas. 

Napoleón no se interesó por los comités de Snowball. Dijo que la educación de los jóvenes era más importante que cualquier cosa que pudiera hacerse por aquellos que ya eran adultos. Sucedió que Jessie y Bluebell habían aumentado de familia, poco después de la cosecha de heno, incorporando a la granja, entre ambas, nueve cachorros robustos. Tan pronto como fueron destetados, Napoleón los separó de las madres diciendo que él se haría cargo de su educación. Se los llevó a un desván al que sólo se podía llegar por una escalera desde el granero y allí los mantuvo en tal reclusión que el resto de la granja pronto se olvidó de su existencia. 

El misterio del destino de la leche se aclaró pronto. Se mezclaba todos los días en la comida de los cerdos. Las primeras manzanas ya estaban madurando, y el pasto de la huerta estaba cubierto de la fruta caída de los árboles. Los animales creyeron, como cosa natural, que éstas serían repartidas equitativamente; un día, sin embargo, apareció la orden de que todas las manzanas caídas de los árboles debían ser recolectadas y llevadas al granero para consumo de los cerdos. A raíz de eso, algunos de los otros animales comenzaron a murmurar, pero en vano. Todos los cerdos estaban de acuerdo en este punto, hasta Snowball y Napoleón. Squealer fue enviado para dar las explicaciones necesarias. 

Camaradas, gritó, vosotros no supondréis, me imagino, que nosotros los cerdos estamos haciendo esto con un espíritu de egoísmo y de privilegio. Muchos de nosotros, en realidad, tenemos aversión a la leche y las manzanas. A mí personalmente no me agradan. Nuestro único objeto al tomar estas cosas es preservar nuestra salud. La leche y las manzanas (esto ha sido demostrado por la ciencia, camaradas) contienen sustancias absolutamente necesarias para el bienestar del cerdo. Nosotros, los cerdos, somos trabajadores del cerebro. Toda la administración y organización de esta granja depende de nosotros. Día y noche estamos velando por vuestra felicidad. Por vuestro bien tomamos esa leche y comemos esas manzanas. ¿Sabéis lo que ocurriría si los cerdos fracasáramos en nuestro deber? ¡Jones volvería! Sí, ¡Jones volvería! Seguramente, camaradas, exclamó Squealer casi suplicante saltando de lado a lado y moviendo la cola, seguramente no hay ninguno entre vosotros que desee la vuelta de Jones. Ahora bien, si había algo de lo cual estaban completamente seguros los animales, era que no querían la vuelta de Jones. Contra cuanto se presentaba bajo esa posibilidad, no tenían nada que aducir. La importancia de preservar la salud de los cerdos era demasiado evidente. De manera que se decidió sin más discusión que la leche y las manzanas caídas de los árboles (y también la cosecha principal de manzanas cuando éstas maduraran) debían reservarse para los cerdos solamente. 



Capítulo IV 

Hacia fines del verano la noticia de lo sucedido en la Granja Animal se había difundido por casi todo el condado. Todos, los días Snowball y Napoleón enviaban bandadas de palomas con instrucciones de mezclarse con los animales de las granjas vecinas, contarles la historia de la rebelión y enseñarles la canción Bestias de Inglaterra. 

Durante la mayor parte de ese tiempo Jones permanecía en la taberna quejándose a cualquiera que deseara escucharle de la monstruosa injusticia que había sufrido al ser arrojado de su propiedad por una banda de animales inútiles. Los otros granjeros simpatizaban con él, en principio, pero al comienzo no le dieron mucha ayuda. Por dentro, cada uno pensaba secretamente si no podría en alguna forma transformar la mala fortuna de Jones en beneficio propio. 

Era una suerte que los dueños de las dos granjas que lindaban con Granja Animal estuvieran siempre enemistados. Una de ellas, que se llamaba Foxwood, era una granja grande y descuidada, cubierta de arboleda, con sus campos de pastoreo agotados y sus cercos en un estado lamentable. Su propietario, el señor Pilkington, era un agricultor indolente que pasaba la mayor parte del tiempo pescando o cazando. La otra granja, que se llamaba Pinchfield, era más chica y mejor cuidada. Su dueño, un tal Frederick, era un hombre duro, astuto, siempre metido en pleitos y que tenía fama de tacaño. Los dos se odiaban tanto que era difícil que se pusieran de acuerdo, ni aun en defensa de sus propios intereses. Ello no obstante, ambos estaban asustados por la rebelión de la Granja Animal y ansiosos por evitar que sus animales llegaran a saber algo de lo ocurrido. Al principio aparentaban reírse y desdeñar la idea de los animales administrando su propia granja. "Todo el asunto estará terminado en quince días", se decían. Afirmaban que los animales en la Granja Manor (insistían en llamarla Granja Manor; no podían tolerar el nombre de Granja Animal) se peleaban de continuo entre sí y terminarían muriéndose de hambre. Pasado un tiempo, cuando fue evidente que los animales no perecían de hambre, Frederick y Pilkington cambiaron de tono y empezaron a hablar de la terrible maldad que, florecía en la Granja Animal. Difundieron el rumor de que los animales practicaban el canibalismo, se torturaban unos a otros con herraduras calentadas al rojo y despreciaban el matrimonio. "Ese es el resultado de rebelarse contra las leyes de la Naturaleza", sostenían Frederick y Pilkington. 

Sin embargo, nunca se dio mucha fe a esos cuentos. Rumores acerca de una granja maravillosa donde los seres humanos habían sido eliminados y los animales administraban sus propios asuntos, continuaron circulando en forma vaga y falseada, y durante todo ese año se extendió una ola de rebeldía en la comarca. Toros que siempre habían sido dóciles, se volvieron repentinamente salvajes; ovejas que rompían los cercos, devoraban el trébol; vacas que volcaban los baldes cuando las ordeñaban; caballos de caza que se negaban a saltar los cercos que lanzaban a sus jinetes por el aire. Además, la melodía y hasta la letra de Bestias de Inglaterra eran conocidas por doquier. Se habían difundido con una velocidad asombrosa. Los seres humanos no podían contener su furor cuando oían esta canción. Cualquier animal que fuera sorprendido cantándola, era azotado en el acto. Sin embargo, la canción resultó irreprimible. Los mirlos la silbaban, las palomas, se introdujo en el ruido de las fraguas, y cuando los seres humanos la escuchaban, temblaban secretamente, pues oían en ella una profecía de su futura perdición. 

A principios de octubre, el maíz había sido cortado y parte del mismo ya trillado, una bandada de palomas cruzó el cielo a toda velocidad y descendió, muy excitada, en el patio de Granja Animal. 

Jones y todos sus obreros, con media docena más de hombres de Foxwood y Pinchfield, se aproximaban por el sendero hacia la casa. Todos esgrimían palos, exceptuando a Jones, quien venía adelante con una escopeta en la mano. Evidentemente, iban a tratar de reconquistar la granja. 

Eso hacía tiempo que estaba previsto y se habían adoptado las precauciones necesarias. Snowball que estudiara en un viejo libro, hallado en la casa, las campañas de Julio César, estaba a cargo de las operaciones defensivas. Dio las órdenes y cada animal ocupaba su puesto. 

Cuando los seres humanos se acercaron a los edificios de la granja, Snowball lanzó su primer ataque. 

Al oírse el chillido de Snowball, que era la señal para retirarse, todos los animales dieron media vuelta y se metieron por el portón al patio. 

Los hombres lanzaron un grito de triunfo. Vieron, es lo que se imaginaron, a sus enemigos en fuga y corrieron tras ellos en desorden. Eso era precisamente lo que Snowball quería. Tan pronto como estuvieron dentro del patio, los tres caballos, las tres vacas y los demás cerdos, que habían estado al acecho, aparecieron por detrás de ellos, cortándoles la retirada. Snowball dio la señal para la carga. El mismo acometió a Jones. Este lo vio venir, apuntó con su escopeta e hizo fuego. Los perdigones dejaron su huella en el lomo de, Snowball, lanzó su cuerpo contra las piernas de Jones, que fue a caer sobre una pila de estiércol mientras la escopeta se le escapó de las manos. Boxer, encabritado pegando con sus enormes patas herradas. Su primer golpe lo recibió en la cabeza un mozo de la caballeriza de Foxwood. Al ver ese cuadro varios hombres dejaron caer sus palos e intentaron disparar. Pero los cogió el pánico y, al momento, los animales los estaban corriendo por todo el patio. Fueron corneados, pateados, mordidos, pisados. No hubo ni un animal en la granja que no se vengara a su manera. Los hombres se alegraron de poder escapar del patio y salir como un rayo hacia el camino principal, menos uno. Allá en el patio, Boxer estaba empujando con la pata al mozo de caballeriza que estaba boca abajo en el barro, está muerto, dijo Boxer . No tenía intención de hacer esto. Me olvidé dé que tenía herraduras. ¿Quién va a creer que no hice esto adrede? Nada de sentimentalismos, camarada, gritó Snowball, de cuyas heridas aún manaba sangre. La guerra es la guerra. El único ser humano bueno es el que ha muerto. 

Yo no deseo quitar una vida, ni siquiera humana, repitió Boxer con los ojos llenos de lágrimas. ¿Dónde está Mollie? -inquirió alguien. 

Efectivamente, faltaba Mollie. Por un momento se produjo una gran alarma; se temió que los hombres la hubieran lastimado, o que se la hubiesen llevado consigo. Al final, la encontraron escondida en su corral, con la cabeza enterrada en el heno del pesebre. Se había escapado tan pronto como sonó el tiro de la escopeta. Y, cuando los otros retornaron de su búsqueda, se encontraron con que el mozo de caballeriza, que en realidad sólo estaba aturdido, ya se había repuesto y había huido. 

Los animales se congregaron muy exaltados, cada uno contando a voz en cuello sus hazañas en la batalla. Enseguida se realizó una celebración improvisada de la victoria. Se izó la bandera y se cantó varias veces Bestias de Inglaterra, y luego se le dio sepultura a la oveja que murió en la acción, Snowball pronunció un discurso, recalcando la necesidad de que todos los animales estuvieran dispuestos a morir por Granja Animal, si fuera necesario.

CONTINUARÁ.

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